Charles Spurgeon Collection: Spurgeon - C.H. - Solamente por Gracia (Only by Grace): 02 Dios es el que Justifica

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Charles Spurgeon Collection: Spurgeon - C.H. - Solamente por Gracia (Only by Grace): 02 Dios es el que Justifica



TOPIC: Spurgeon - C.H. - Solamente por Gracia (Only by Grace) (Other Topics in this Collection)
SUBJECT: 02 Dios es el que Justifica

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DIOS ES EL QUE JUSTIFICA



Cosa maravillosa es ésta, el ser justificado o declarado justo. Si nunca hubiésemos

quebrantado la Ley de Dios, no habría necesidad de tal justificación, siendo naturalmente

justos. Quien toda su vida haya hecho lo que debiera hacer, y nunca hubiera hecho nada

prohibido, éste es de por si justificado ante la ley. Pero estoy seguro de que tú, estimado

lector, no te hallas en ese estado de inocencia. Eres demasiado honrado para pretender estar

limpio de todo pecado, y, por lo tanto, necesitas ser justificado. Pues bien, si te justificas a ti

mismo, te engañas miserablemente. Por lo mismo, no comiences tal cosa. No valdrá la

pena. Si pides a otro mortal que te justifique, ¿qué podrá hacer? Alguien te alabaría por

cuatro cuartos, otro te calumniaría por menos. Bien poco vale el juicio del hombre.

Romanos Rom_8:33, dice: «Dios es el que justifica,» y esto, sí que va al grano. Este hecho

es asombroso, es un hecho que debemos considerar detenidamente. ¡Ven y ve!



En primer lugar, nadie más que Dios, podría haber pensado en justificar a personas

culpables. Se trata de personas que han vivido manifiestamente rebeldes actuando mal con

ambas manos; de personas que han ido de mal en peor; de personas que han vuelto al mal

aun después de ser castigadas, siendo forzadas a dejar de cometer el mal por algún tiempo.



Han quebrantado la ley y pisado el evangelio bajo sus pies. Han rechazado la proclamación

de misericordia y persistido en la iniquidad. ¿Cómo podrán tales personas alcanzar el perdón y justificación? Sus conocidos desesperan de ellos, diciendo: «Son casos sin

remedio.» Aun los cristianos les miran más bien con tristeza que con esperanza. Rodeado

del esplendor de la Gracia de su elección, habiendo Dios escogido a algunos desde antes de

la fundación del mundo, no reposará hasta haberles justificado y hechos aceptos en el

Amado. ¿No está escrito: «A los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a

estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorifico»?
(Rom_8:30). Así es

que puedes ver que el Señor ha resuelto justificar a algunos y ¿por qué no estaríamos

incluidos tú y yo en este número? Nadie más que Dios pensaría jamás en justificarme a mi.



Resultó para mi esto una maravilla. No dudo que la gracia Divina sea igualmente manifiesta

en otros. Contemplo a Saulo de Tarso «respirando amenazas y muerte» contra los siervos

del Señor.
Como lobo rapaz espantaba a las ovejas del Señor por todas partes, no obstante

Dios le detuvo en el camino de Damasco y cambió su corazón justificándole del todo, tan

plenamente, que muy pronto este perseguidor resultó el más grande predicador de la

justificación por la fe que haya vivido sobre la faz de la tierra. Con frecuencia debe de

haberse maravillado de haber sido justificado por la fe en Cristo Jesús, ya que antes era un

tenaz defensor de la salvación mediante las obras de la ley. Nadie más que Dios podía haber

pensado en justificar a un hombre como el perseguidor Saulo. Pero el Señor Dios es

glorioso en gracia.



Pero, por si alguien pensara en justificar a los impíos, nadie más que Dios podría

hacerlo.
Es imposible que persona alguna perdone las ofensas que hayan sido cometidas

contra ella misma. Si alguien te ha ofendido gravemente, tu puedes perdonarle, y espero que

así lo harás; pero una tercera persona fuera de ti no puede perdonarle. Sólo de ti debe

proceder el perdón. Si ha Dios hemos ofendido, está en el poder de Dios mismo perdonar,

ya que contra él mismo se ha pecado. Esta es la razón porque David dice en el Salmo 51:4

«A tí, a ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos,» pues así Dios contra

quien se ha cometido la ofensa, puede perdonarla. Lo que debemos a Dios, nuestro gran

Creador puede perdonar, si así le place; y si lo perdona, perdonado queda.



Nadie más que el Gran Dios contra quien hemos pecado, puede borrar nuestro delito.

Por consiguiente, acudamos a él en busca de misericordia. Y cuidado que nos dejemos

desviar por los hombres, que desean que acudamos a ellos en busca de lo que solo Dios

puede concedernos; careciendo de todo fundamento en la Palabra de Dios sus pretensiones.



Y aun cuando fuesen ordenados para pronunciar palabras de absolución en nombre de Dios,

será siempre mejor que acudamos nosotros mismos en busca de perdón al Señor nuestro

Dios, en nombre de Jesucristo, Mediador único entre Dios y los hombres, ya que sabemos

de cierto que éste es el camino verdadero. La religión por encargo es asunto peligroso.

Infinitamente mejor y más seguro es que te ocupes personalmente de los asuntos de tu alma

y no los encargues a otro. Solo Dios puede justificar a los impíos, y puede hacerlo a

perfección.
El echa nuestros pecados sobre sus espaldas, los borra, diciendo que aunque se

busquen, no se hallarán. Sin otra razón que su bondad infinita ha preparado un camino

glorioso mediante el cual puede hacer que los pecados que son rojos como escarlata sean

más blancos que la nieve y alejar de nosotros las transgresiones tan lejos como el oriente

está del occidente. Dios dice: «No me acordaré de tus pecados,» llegando hasta el punto de

aniquilarlos. Uno de los antiguos dijo maravillado: ¿Qué Dios hay como tú, que perdona la maldad y olvida el pecado del remanente de su heredad? No ha guardado para siempre su

enojo, porque él se complace en la misericordia. (Mic_7:18).



No hablamos aquí de justicia, ni del trato de Dios con los hombres, según sus

merecimientos. Si piensas entrar en relación con Dios, justo sobre la base de la ley, la ira

eterna te aguarda amenazadora por cuanto esto es lo que mereces. Bendito sea su nombre,

porque, no nos ha tratado según nuestros pecados; y hoy nos trata en términos de gracia

inmerecida y compasión infinita, diciendo: «Les recibiré misericordioso y les amaré de

voluntad.» Créelo, porque ciertamente es la verdad que el gran Dios trata al culpable con

misericordia abundante. Sí, puede tratar al impío como si siempre hubiera sido piadoso. Lee

atentamente la parábola del «hijo pródigo,» y verás como el padre perdonador recibe al hijo

errante con tanto amor como si nunca se hubiera extraviado y nunca contaminado con el

mundo. Hasta tal punto el padre demostraba su cariño, que el hermano mayor halló en ello

motivo para murmurar, no por eso el padre dejó de amarle. Por culpable que fueras, con tal

que quieras volver a Dios, te tratará como si nunca hubieras hecho mal alguno. Te

considerará justo y te tratará complacido. ¿Qué dices a esto?



Deseo aclarar bien lo glorioso de este caso. Ya que nadie sino Dios pensaría en

justificar al impío, y nadie sino él lo podría hacer, ¿no ves como Dios, bien lo

puede hacer? Fíjate en como el apóstol extiende el reto: «¿Quién acusará a los

escogidos de Dios? Dios es el que justifica»
(Rom_8:33). Habiendo Dios

justificado a una persona, está bien hecho, rectamente hecho, justamente hecho, y

para siempre perfectamente hecho. El otro día leí un impreso lleno de veneno

contra el evangelio y los que lo predican. Decía que creemos en una teoría por la

cual nos imaginamos que el pecado se puede alejar de los hombres. No creemos

nosotros en teorías; proclamamos un hecho. El hecho más glorioso debajo del cielo

es este, que Cristo por su preciosa sangre real positivamente aleja el pecado y que

Dios por amor de Cristo, tratando a los hombres en términos de misericordia

divina, perdona a los culpables y los justifica, no según algo que vea en ellos o

prevé que habrá en ellos, sino según la riqueza de la misericordia que habita en su

propio corazón. Esto es lo que hemos predicado, lo que predicaremos en tanto que

vivamos. «Dios es el que justifica,» el que justifica a los impíos. El no se

avergüenza de hacerlo, ni nosotros de predicarlo. En la justificación hecha por

Dios mismo no cabe duda alguna. Si el Juez me declara justo, ¿quién me

condenará?
Si el tribunal supremo de todo el universo me ha pronunciado justo,

¿quién me acusará? La justificación de parte de Dios es respuesta suficiente para

la conciencia despierta. El Espíritu Santo mediante la misma sopla la paz sobre

nuestro ser entero y no vivimos ya atemorizados. Mediante tal justificación

podemos responder a todos los rugidos y a todas las murmuraciones de Satanás y

de los hombres. Esta justificación nos prepara a bien morir, a resucitar y enfrentar

el último juicio.



Sereno miro ese día: ¿Quién me acusará? En el Señor mi ser confía; ¿Quién me

condenará?



Amigo, el Señor puede borrar todos tus pecados. «Todos los pecados serán borrados a

los hijos de los hombres» (Mat_12:31). Aunque te hallaras hundido hasta lo máximo en la

miseria, él puede con una palabra limpiarte de la lepra, diciendo: «Yo quiero, se limpio.» El

Señor Dios es gran perdonador. «Yo creo en el perdón de los pecados.» ¿Crees tú? Aun en

este mismo momento, el juez puede pronunciar sentencia sobre ti, diciendo: «Tus pecados

te son perdonados: vete en paz.»
Y si así lo hace, no hay poder en el cielo, en la tierra, ni

debajo de la tierra que te pueda acusar, ni mucho menos condenar. No dudes del amor del

Todopoderoso. Tu no podrías perdonar al prójimo, si te hubiera ofendido como tu has

ofendido a Dios. Pero no debes medir la gracia de Dios con la medida de tu estrecho

criterio. Sus pensamientos y caminos están por encima de los tuyos tan altos como el cielo

está sobre la tierra Bien, dirás tal vez, gran milagro sería que Dios me perdonara a mi.

¡Justo! Sería un milagro grandísimo, y por lo tanto es muy probable que lo haga, porque él

hace «grandes cosas e inescrutables» (Job_5:9) para nosotros inesperadas En cuanto a mi,

quedé afectado bajo un terrible sentimiento de culpa que me hacía la vida insoportable; pero

al oír la exhortación: «¡Mirad a mí y sed salvos, todos los confines de la tierra! Porque yo

soy Dios, y no hay otro.»
(Isa_45:22), entonces miré, y en un momento me justificó el

Señor. Jesucristo, hecho pecado en mi lugar, fue lo que vi, y esa vista me dio reposo al

alma. Cuando los hombres mordidos por las serpientes venenosas en el desierto miraron a la

serpiente de metal, quedaron sanos inmediatamente, y así yo al mirar con los ojos de la fe al

Salvador crucificado por mi. El Espíritu Santo, quien me dio la facultad de creer, me

comunicó la paz mediante la fe. Tan cierto me sentí perdonado, como antes me había

sentido condenado. Había sentido realmente la condenación, porque la Palabra de Dios me

lo había declarado, dándome testimonio de ello la conciencia. Pero cuando el Señor me

declaró justo, quedé igualmente seguro por los mismos testimonios. Pues la Palabra de Dios

dice: «El que en él cree, no es condenado» (Joh_3:18), y mi conciencia me daba testimonio

de que creía y de que Dios al perdonarme era justo.. Así es que tengo el testimonio del

Espíritu Santo y el de la conciencia, testificando ambos a una la misma cosa. ¡Cuánto deseo

que el lector reciba el testimonio de Dios en este asunto, y muy pronto tendría también el

testimonio en sí mismo!



Me atrevo a decir que un pecador justificado por Dios se halla sobre fundamento más

firme que el hombre justificado por sus obras, si tal hombre existiera. Pues nunca

tendríamos la seguridad de haber hecho bastantes obras buenas; la conciencia quedaría

siempre inquieta en si, después de todo, faltaría algo y solamente descansaríamos

sobre la sentencia falible de un juicio dudoso. En cambio, cuando Dios mismo

justifica, y el Espíritu Santo le rinde testimonio, dándonos paz con Dios, entonces

sentimos que el hecho es firme y muy sólido, y el alma entra en descanso. No hay

palabras para explicar la calma profunda que se apodera del alma que recibe esa paz

de Dios que sobrepasa todo entendimiento. Amigo, búscala en este mismo momento.