Creo conveniente insistir en un punto especial, con el objeto de suplicar al lector observe
en espíritu de adoración el origen de la fuente de nuestra salvación que es la gracia de Dios.
«Porque por gracia sois salvos por medio de la fe» (Eph_2:8). Los pecadores son convertidos, perdonados, purificados, salvos, todo porque Dios es lleno de gracia. No es porque pueda haber
algo en ellos que les recomiende para ser salvos, sino que se salvan por el amor infinito, por la
bondad, por la compasión, misericordia y gracia de Dios. Detente, pues, por un momento en el
origen de la fuente. Contempla el río cristalino del agua de vida que brota del trono de Dios y del
Cordero.
¡Qué profundidad de la gracia de Dios! ¿Quién sondeará su profundidad? Semejante a los
demás atributos de Dios es infinita. Dios es lleno de amor, porque «Dios es Amor.» (1Juan 4:8).
Bondad infinita y amor infinito forman parte de la esencia de la Divinidad. Por la razón de que
«para siempre es su misericordia» (Psa_107:1), no ha echado a la humanidad a la perdición. Y
ya que no cesan sus compasiones, los pecadores son conducidos a sus pies y hallan perdón.
Acuérdate bien de esto, para que no caigas en el error fijándote demasiado en la fe que es
el conducto de la salvación, podrías olvidarte de la gracia que es la fuente y origen aun de la fe
misma. La fe es obra de la gracia de Dios en nosotros. Nadie puede decir que Jesús es Cristo, el
Ungido, sino por el Espíritu Santo. «Ninguno puede venir a mi,» dice Jesús, «si el Padre que me
envió, no le trajere» (Joh_6:44). Así es que esa fe que acude a Cristo es resultado de la obra
Divina. La gracia es la causa activa, primera y última de la salvación; y esencialmente necesaria,
como es la fe, no es mas que parte indispensable del método que la gracia emplea. Somos salvos
«mediante la fe,» pero la salvación es «por gracia.» Proclámense estas palabras, como con
trompeta de arcángel: «por gracia sois salvos.» ¡Cuán buena nueva es esta para los indignos!
Se puede comparar la fe a un conducto. La gracia es la fuente y la corriente; la fe es el
canal por el cual fluye el río de misericordia para refrescar a los hombres sedientos. Será una
gran lástima cuando se haya roto el canal. Una vista muy triste ofrecen muchos canales costosos
en los alrededores de Roma, que ya no conducen más el agua a la ciudad, porque los arcos están
rotos y esas obras admirables están en ruinas. El canal debe mantenerse completo para conducir
la corriente, y así la fe debe ser verdadera y sana dirigida en rectitud a Dios y bajando
directamente a nosotros para que resulte un conducto útil de misericordia para nuestras almas.
Otra vez te recuerdo que la fe solo es el conducto o canal y no la fuente, y que no
debemos fijarnos tanto en ella que la elevemos por encima de la fuente de toda bendición que es
la gracia de Dios. No te construyas nunca un Cristo de tu fe, ni pienses en ella como si fuese la
fuente indispensable de salvación. Hallamos la vida espiritual por una mirada de fe al
Crucificado, no por una mirada a nuestra fe. Mediante la fe todas las cosas nos son posibles; sin
embargo, el poder no está en la fe, sino en Dios, en quien la fe se derrama. La gracia es la
locomotora y la fe es la cadena, mediante la cual el vehículo del alma se ata a la gran fuerza
motriz. La justicia de la fe no es la excelencia moral de la fe, sino la justicia de Cristo Jesús que
la fe acepta y se apropia. La paz del alma no se deriva de la contemplación de nuestra fe, sino
nos viene de Aquel que «es nuestra paz,» del borde de cuyo vestido la fe toca, saliendo de él la
virtud que inunda el alma.
Aprende de esto, pues, querido amigo, que la flaqueza de tu fe no te echará a la perdición.
Aun una mano temblorosa podrá recibir una dádiva de oro precioso. La salvación nos puede
venir por una fe tan pequeña como un grano de mostaza. La potencia se encuentra en la gracia de
Dios, no en nuestra fe. Importantísimos mensajes se mandan por alambres débiles, y el testimonio del Espíritu Santo que comunica paz, puede llegar al corazón mediante una fe tan
pequeña que apenas merezca tal nombre. Piensa más en AQUEL que miras, que en la mirada. Es
preciso quitar la vista de tu propia persona y de los alrededores para no ver a otro que «solo