¿Por qué se ha escogido la fe cual medio de salvación? Sin duda se hace con frecuencia
esta pregunta. «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe» (Eph_2:8), es sin contradicción
una de las doctrinas de las Escrituras, plan y arreglo de Dios; ¿pero por qué es así? ¿Por qué se
ha escogido la fe y no mas bien la esperanza, el amor o la paciencia?
Nos conviene la modestia al contestar esta pregunta, porque los caminos de Dios no son
siempre comprensibles, ni se nos permite ser presuntuosos, poniéndolos en duda. Quisiéramos
responder humildemente que, en cuanto comprendamos nosotros, se ha elegido la fe cual medio
de la gracia, porque en la fe hay una capacidad natural propia para servir de recibidor.
Supongamos que voy a dar una limosna a un pobre; la pongo en sus manos, ¿por qué? No sería
lo mismo ponérsela en sus oídos, o en los pies; la mano parece haber sido hecha a propósito para
recibir. Así en nuestra constitución mental, la fe se ha creado a propósito para recibir: es la mano
del alma que tiene la capacidad de recibir la gracia.
Permítaseme decir esto con mucha claridad. La fe que recibe a Cristo es un hecho tan
sencillo como cuando un niño recibe de ti una manzana, porque tu la das con tu mano
prometiéndosela, si viene a tomarla. En este caso la fe y el recibir se refieren a una manzana;
pero constituyen precisamente el mismo hecho que tratándose de la salvación eterna. Lo que es
la mano del niño en orden a la manzana, esto es tu fe en orden a la salvación perfecta de Cristo.
La mano del niño no hace la manzana, ni la mejora, ni la merece; solo la acepta. Y la fe se ha
elegido por Dios para ser la receptora de la salvación, porque no pretende crear la salvación, ni
ayudar a mejorarla, sino está contenta de recibirla humildemente. «La fe es la lengua que pide
perdón, la mano que la recibe, el ojo que la ve, pero no es el precio que la compra.» La fe nunca
hace para sí su propia defensa, sino descansa todo su argumento en la sangre de Cristo.. Ella
viene a ser la sirvienta que trae las riquezas del Señor Jesús al alma, pues reconoce de quien las
recibió y confiesa que únicamente la gracia se las encargó.
Por otra parte se escogió sin duda la fe,, porque ella da toda la gloria a Dios. La
salvación es mediante la fe para que sea por gracia, y es por gracia para que nadie se gloríe,
porque Dios no tolera el orgullo. «Al altivo mira de lejos» (Psa_138:6), y no desea tenerlo más
de cerca. De ningún modo concederá la salvación a nadie sobre un plan que incluya o fomente el
orgullo. Pablo dice: «No por obras para que nadie se gloríe» (Eph_2:9). Ahora bien, la fe
excluye toda gloria. La mano que recibe la limosna no dice: «Debes darme gracias, porque he
aceptado la limosna;» esto sería un gran absurdo. Cuando la mano lleva el pan a la boca, no dice
al cuerpo: «Dame gracias, porque yo te alimento.» Cosa muy sencilla es la que hace la mano, sin
embargo muy necesaria, y nunca se atribuye gloria alguna por lo que hace. Así es que Dios ha
escogido la fe para recibir el don inefable de su gracia, por cuanto no puede atribuirse crédito
alguno sino en cambio adorar al Dios de toda gracia que es Dispensador de toda dádiva perfecta.
La fe pone la corona en la cabeza del Digno y por lo mismo Cristo quiso poner la corona sobre la
cabeza de la fe, diciendo: «Tu fe te ha salvado; vete en paz» (Luk_7:50).
Además, Dios escoge la fe como medio de salvación, porque esto es un modo seguro de
unir al hombre con Dios. Cuando el hombre confía en Dios, resulta esta confianza un punto de
contacto entre ellos que garantiza la bendición de parte del Señor. La fe no salva, porque nos
hace acogernos a Dios y así nos une a él. Con frecuencia he usado el ejemplo siguiente que debo
repetir por no tener otro mejor. Se dice que, hace años, un bote volcó sobre las cataratas del
Niágara siendo llevados corriente abajo dos hombres, cuando los espectadores en la orilla
llegaron a echarles una cuerda, a la cual los dos se acogieron. Uno de ellos permanecía agarrado
a la cuerda y fue rescatado sano y salvo a tierra. Pero el otro viendo una viga grande flotando en
el agua, dejó imprudentemente la cuerda y se acogió a la viga que le parecía una cosa más grande
y mejor para aferrarse a ella. Pero, la corriente formidable lanzó la viga con el hombre al abismo,
porque no había contacto entre la viga y la orilla. El tamaño respetable de la viga no hizo bien
alguno al pobre que se tomó de ella; lo que faltaba era contacto con la tierra. Así cuando una
persona confía en sus obras, en sacramentos u otra cosa de semejante naturaleza, no se salvará,
porque no hay unión entre él y Cristo; pero la fe, aun cuando parezca cuerda delgada, está en las
manos de Dios en la orilla; su poder infinito jala de la cuerda y así se rescata al hombre de la
perdición. Gloriosa bienaventuranza es la fe, porque mediante la misma quedamos unidos a Dios.
Por otra parte, se ha escogido la fe, porque ella toca los resortes de la acción. Aun en las
cosas ordinarias de la vida, cierta clase de fe esta a la raíz de todo. Pienso que acaso no me
equivoco, si afirmo que nada hacemos sino mediante alguna clase de fe. Si atravieso mi
habitación, es porque creo que me llevarán mis piernas. El hombre come, porque cree en la
necesidad de alimentarse; acude a su negocio, porque cree que hay valor en el dinero; acepta una
letra, porque cree que el banco lo protegerá. Colón descubrió América, porque creía que otro
continente había al otro lado del océano; y los puritanos lo colonizaron, porque creían que Dios
estaría con ellos en esas orillas de rocas. Las obras más grandes han nacido de la fe; para bien o
para mal la fe obra maravillas mediante la persona en que existe. La fe en su forma natural es una
fuerza vencedora que entra en toda clase de obra humana. Es probable que quien más se burle de
la fe en Dios, es el que de ella más tiene de mala calidad; en verdad este es quien cae en una
credulidad que diríamos ridícula, si no fuera tan desgraciada. Dios concede la salvación a la fe,
porque creando la fe en nosotros, toca el resorte principal de nuestros sentimientos y acciones.
Para decirlo así, se apodera de las baterías pudiendo así enviar la corriente sagrada a todas partes
de nuestro ser. Al creer en Cristo, habiéndose acogido el corazón a Dios, somos salvos del pecado, siendo llevados al arrepentimiento, a la santidad, al celo santo, a la oración, a la
consagración y toda otra forma de la Divina gracia. «Lo que es el aceite para las ruedas; lo que
son las pesas para el reloj, las alas para el pájaro, las velas para el buque, esto es la fe para los
deberes y servicios santos.» Ten fe, y todas las demás gracias serán el resultado y continuarán
viniendo.
Además, la fe tiene la virtud de actuar por el amor; empuja las afecciones hacia Dios y el
corazón hacia las cosas mejores, que agradan a Dios. El que cree en Dios, amará a Dios sin falta.
La fe es cosa del entendimiento, no obstante procede también del corazón. «Con el corazón se
cree para justicia» (Rom_10:10), y por tanto Dios concede la salvación a la fe, porque esta vive
junto de las afecciones y es pariente cercano del amor, siendo el amor la madre y nodriza de todo
acto y sentimiento santo. El amor a Dios equivale a obediencia, el amor a Dios es santidad. El
amar a Dios y amar al prójimo es llegar a ser conforme a la imagen de Cristo, lo que significa
salvación.
Por otra parte, la fe produce paz y gozo. Quien la tiene, descansa tranquilo y disfruta de
contento y gozo, lo que es cierta preparación para el cielo. Dios concede todos los dones celestes
a la fe, entre otras razones porque la fe actúa en nosotros la vida y el espíritu que serán
eternamente manifiestas en el mundo mejor de la gloria. La fe nos procura la armadura para la
vida presente y proporciona la educación para la venidera. Ella pone al hombre en condiciones
tanto para vivir como para morir sin temor, le prepara tanto para el trabajo como para el
sufrimiento. De aquí que el Señor la ha escogido como el medio más a propósito para
comunicarnos la gracia y mediante la misma asegurarse de nosotros para la gloria.
Por cierto, la fe nos sirve mejor que cualquier otra cosa proporcionándonos paz y gozo y
descanso espiritual. ¿Por qué procuran los hombre conseguir la salvación por otros medios? Dice
un teólogo de los antiguos: «Un criado necio, a quien se manda a abrir una puerta, pone su
hombro contra la misma empujándola con todas sus fuerzas, pero la puerta no cede, no se mueve,
y no puede entrar por mucho que se esfuerza. Otro viene con una llave, abre la puerta y entra con
toda facilidad. Los que procuran salvarse por sus obras están empujando las puertas del cielo sin
resultado alguno; pero la fe es la llave que abre la puerta inmediatamente.» Querido amigo. ¿No
quieres tu valerte de tal llave? El Señor te manda creer en su Hijo amado, ¿por lo mismo debes
hacerlo, y haciéndolo así vivirás. ¿No es esta la promesa del evangelio: «El que creyere y fuere
bautizado, será salvo»? (Mar_16:16). ¿Que podrás tú discutir contra un plan de salvación que se
recomienda perfecto tanto a la misericordia como a la sabiduría del Dios de gracia?