Charles Spurgeon Collection: Spurgeon - C.H. - Tesoro de David (Treasury of David): 079 Salmo 79

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Charles Spurgeon Collection: Spurgeon - C.H. - Tesoro de David (Treasury of David): 079 Salmo 79



TOPIC: Spurgeon - C.H. - Tesoro de David (Treasury of David) (Other Topics in this Collection)
SUBJECT: 079 Salmo 79

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SALMO 79

Un Salmo de lamentación que podría haber sido escrito por Jeremías entre las ruinas de la ciudad amada. Evidentemente trata de los tiempos de la invasión, opresión y derrocamiento nacional.

Vers. 1. Oh Dios, los gentiles han invadido tu heredad. Es con un grito de asombro ante la intrusión sacrílega; como si el poeta estuviera horrorizado.

Han profanado tu santo templo. Es algo terrible cuando los inicuos se hallan en la iglesia y dentro del mismo ministerio.

Redujeron a Jerusalén a escombros. Es triste ver al enemigo en nuestra propia casa, pero peor es hallarlo en la casa de Dios; el golpe más terrible que se da a nuestra religión. C. H. S.

Vers. 1-4.
En la destrucción final y más terrible, cuando las águilas romanas se habían juntado alrededor de la ciudad condenada y el templo, del cual Dios había dicho: «Vayámonos de aquí»; cuando no había de quedar una piedra sobre otra; cuando el fuego había de consumir el santuario y los cimientos de Sión serían pasados bajo el arado; cuando Jerusalén había de quedar llena de sus muertos y los hijos de Judá serían crucificados alrededor de sus muros en tales números que no quedaba lugar para más cruces; cuando los insultos, el oprobio y el escarnio eran la porción del hijo de Israel, y se vio expulsado como un paria, fugitivo de país en país; cuando toda esta amargura cayó sobre Jerusalén, fue como castigo de sus muchos e inveterados crímenes; fue el cumplimiento de una advertencia que se le había hecho con frecuencia pero en vano. Sí, terribles fueron los enemigos que te asaltaron, oh Jerusalén, pero ¡tus pecados eran más terribles todavía! Plain Commentary

Vers. 1, 4, 5.
Entrando en la parte habitada de la antigua ciudad, y cruzando por algunas callejas tortuosas y sucias, de repente me hallé, al doblar una esquina, en un lugar de singular interés: el «muro de las lamentaciones de los judíos». Ancianos pálidos, ojerosos, gastados, vacilando, apoyados en sus bastones de peregrino; y niñas pequeñas, de rostro blanco y ojos negros como azabache, mirando pensativas, a veces a sus padres, otras al muro. Algunos estaban de rodillas recitando tristemente de un libro de oraciones en hebreo, con el cuerpo oscilando de un lado a otro; algunos postrados en el suelo, apretando la frente y los labios en la tierra; algunos cerca de la pared, enterrando el rostro en las rendijas y grietas de las viejas piedras; otros besándolas; algunos con los brazos extendidos como si quisieran abrazarlas en su pecho; algunos bañándolas de lágrimas, y todos sollozando como si sus corazones estuvieran a punto de estallar. Era un espectáculo triste y conmovedor.

Dieciocho siglos de exilio y dolor no habían adormecido los afectos de sus corazones o amortiguado sus sentimientos de devoción. Aquí los vemos reunidos desde todos los confinas de la tierra (pobres, despreciados, oprimidos) entre las desolaciones de su patria, entre las ruinas deshonradas de su antiguo santuario, rezando, cantando, en tonos de profunda emoción, los ayes y palabras proféticas del antiguo Salmista: «¡Oh Dios, los paganos han invadido tu heredad; han profanado tu santo templo... Hemos pasado a ser reproche para nuestros prójimos, escarnio e irrisión de los que nos rodean. ¿Hasta cuándo, Señor? ¿Estarás enojado para siempre?» J. L. Porter, en Las ciudades gigantescas de Basán

Vers. 2, 3.
(El siguiente extracto es de los escritos de un monje piadoso, que aplica el lenguaje del Salmo a las persecuciones del tiempo. Escribió en Roma durante el período de la Reforma, y evidentemente simpatizaba con el Evangelio.) En aquel tiempo, ¿qué río o qué arroyo había en nuestra Europa afligida que no fluyera con sangre de los cristianos? ¿Has visto nunca un espectáculo tan horrible? Han amontonado los cuerpos muertos de tus siervos para que los devoren las aves de presa; los restos sin enterrar de tus santos, digo, han sido echados a las fieras de la tierra. ¿Qué mayor crueldad podrían haber cometido? Tan grande era la efusión de sangre humana en aquel tiempo que los arroyos, si, y aun los ríos alrededor del circuito de la ciudad, fluían con sangre. Giambattista Foleng

Vers. 3.
Y no hubo quién los enterrase. ¿Ha llegado a esto, que no hay ninguno que entierre los muertos de tu familia, oh Señor? ¿No puede nadie ofrecer unas paladas de tierra con que cubrir los cuerpos de tus santos asesinados? ¡Qué contentos hemos de estar que nosotros vivimos en una época en que las trompetas no se oyen en nuestras calles!

Vers. 4. Escarnecidos y burlados de los que están en nuestros alrededores. El hallar alegría en la miseria de otros y el exultar sobre los males de otros es sólo digno del diablo y de los suyos. C. H. S.

Esto era peor aún que los azotes y las heridas dice Crisóstomo, porque éstos eran infligidos sobre el cuerpo, por lo que quedan repartidos entre el cuerpo y el alma, pero el escarnio y el oprobio hieren sólo al alma. Habet quendam aculeum contumelia: dejan un aguijón detrás, como observó Cicerón. John Trapp

Vers. 6. Derrama tu ira sobre las naciones que no te conocen, y sobre los reinos que no invocan tu nombre. El descuido de la oración por los no creyentes es amenazado con un castigo. La imprecación del profeta es la misma, en cuanto a efecto, que una amenaza (ver Jeremías 10:25) y la misma imprecación (Salmo 79:6). Los profetas no habrían usado una imprecación así contra los que no invocan a Dios, salvo que su descuido en invocar su nombre les haga culpables ante su ira; y no hay descuido que haga más culpable al hombre de la ira de Dios que el descuido del deber. David Clarkson

Vers. 8. No recuerdes contra nosotros las iniquidades de nuestros antepasados. Los pecados se acumulan contra las naciones. Las generaciones acumulan transgresiones para ser visitadas en los sucesores; de ahí esta urgente oración. En los días de Josías, el arrepentimiento más sincero no pudo evitar la sentencia que los largos años de idolatría habían sellado contra Judá. C. H. S.

Los judíos tienen un dicho según el cual no hay castigo que le ocurra a Israel en que no haya una onza de culpa por el pecado del becerro; lo cual significa que es éste siempre recordado y visitado según Exodo 32:34; la frase puede incluir todos los pecados de las personas anteriores, sus antecesores, y de los tiempos antiguos, de edad en edad, en que han continuado, que han traído la ruina sobre ellos; y todos sus propios pecados de naturaleza y de juventud, desde el pasado hasta el tiempo presente. John Gill

Las antiguas deudas son las que más afligen; la demora en el pago aumenta el interés; y la necesidad de devolución, pudiendo ser inesperada, hace que la persona no esté preparada para la misma. Consideramos las antiguas llagas, que reaparecen como incurables. Augusto se preguntaba si la almohada de una persona que debía mucho dinero, pero que dormía muy sosegada, tenía alguna virtud especial que daba seguridad al durmiente, y dio orden de que se la trajeran. Elias Pledger en Ejercicios matutinos

Vers. 9. Dios de nuestra salvación. Si la razón humana tuviera que juzgar de los muchos y grandes golpes con los cuales Dios ha herido y vapuleado a su pueblo, llamaría a Dios, no el Salvador del pueblo, sino su destructor y opresor. Pero la fe del profeta juzga de otra manera y ve incluso en un Dios airado y severo al Dios de salvación de su pueblo.

Los dioses de las naciones, aunque no afligen en las cosas temporales, no son dioses de salvación para sus adoradores, sino de perdición. Pero nuestro Dios, incluso cuando está más airado y hiere, no es un Dios de destrucción, sino de salvación. Musculus

Líbranos, y perdona nuestro pecados por amor de tu nombre.
Aquí el pecado, la raíz del mal, queda visto y confesado; el perdón del pecado, así como la supresión del casfigo, no son pedidos como cosas de derecho, sino como dones de la gracia. El nombre de Dios es traído por segunda vez en la súplica. Los creyentes hallarán en su sabiduría que es sabio un uso frecuente de esta noble apelación; es un cañón de gran calibre en la batalla, el alma más poderosa en la panoplia de la oración. C. H. S.

Dios es libre de escoger lo que se acomoda a su corazón y que sea más conducente a la exaltación de su gran nombre; y se deleita más en la misericordia que muestra a uno que en la sangre de todos los condenados que hacen un sacrificio a su justicia. Y, verdaderamente, tenía un objetivo más alto en su condenación que el que sufrieran; y éste era el hacer resaltar la gloria de su misericordia en los que son salvos. William Gurnall

Vers. 11. Llegue delante de Ti el gemido de los cautivos. Cuando el cautivo mira por entre las barras de hierro que noche y día son centinelas mudos a la ventana de su celda, y cuando sus ojos caen sobre los campos y bosques lejanos, suspira y aparta la vista de lo que ve. No dice una palabra, pero desea. Este suspiro es el deseo de ser puesto en libertad.

Y Dios oye muchos suspiros de esta clase. Nuestros anhelos cuando no tienen cumplimiento, los pensamientos tristes: «¡Oh, cuándo seré librado de la carga de mi pecado y la frialdad de mi corazón!»; todos estos deseos eran sus suspiros, y han sido oídos arriba. Philip Bennet Power

Conforme a la grandeza de tu brazo preserva a los sentenciados a muerte. Los hombres y los demonios pueden consignarnos para perdición, en tanto que la enfermedad nos arrastra a la tumba y la aflicción nos hunde en el polvo; pero hay Uno que mantiene nuestra alma en vida, sí, y la levanta de las profundidades del abatimiento. Un cordero puede vivir entre las mandíbulas de un león si el Señor así lo desea. Incluso en el osario la vida vence a la muerte si Dios está cerca. C. H. S.

¿No deberían las personas piadosas imitar más de cerca a su Padre celestial en el cuidado de los que están condenados a morir? Una señora cristiana tiene una lista de todos los que han sido condenados a muerte, siempre que hayan llegado los nombres a sus oídos, y ora por ellos cada día hasta que llega su fin. ¿No está esta conducta en conformidad con el corazón de Dios? William S. Plumer

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