Charles Spurgeon Collection: Spurgeon - C.H. - Tesoro de David (Treasury of David): 099 Salmo 99

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Charles Spurgeon Collection: Spurgeon - C.H. - Tesoro de David (Treasury of David): 099 Salmo 99



TOPIC: Spurgeon - C.H. - Tesoro de David (Treasury of David) (Other Topics in this Collection)
SUBJECT: 099 Salmo 99

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SALMO 99

É
ste puede ser llamado el Sanctus, o «El Salmo santo, santo, santo», porque la palabra «santo» es la conclusión y el coro de las tres divisiones principales. Su tema es la santidad del gobierno divino, la santidad del reino medianero. C. H. S.

Este Salmo tiene tres partes, en las cuales el Señor es celebrado como el que ha de venir, el que es, y el que era. John Albert Bengel

Hay tres Salmos que empiezan con las palabras «El Señor (Jehová) reina» (Salmos 93, 97, 99). Este es el tercero y último de estos Salmos; y es notable que en este Salmo las palabras El es santo sean repetidas tres veces (versículos 3, 5, 9).

Así, este Salmo es uno de los eslabones de la cadena que conecta la primera revelación de Dios en el Génesis con la plena manifestación de la doctrina de la bendita Trinidad, que es revelada en la comisión del Salvador resucitado a sus apóstoles: «id, pues, y haced discípulos en todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo», y que prepara al fiel para unirse al aleluya celestial de la iglesia glorificada. «Santo, santo, santo es el Señor Dios Omnipotente, el que era, el que es, y el que ha de venir.»

Los otros eslabones de esta cadena en el Antiguo Testamento son: la bendición aarónica en Números 6:24-27, y el trisagio seráfico en Isaías 6:1-3. Christopher Wordsworth

Vers.
1. Tiemblen los pueblos. Los santos tiemblan con devota emoción, y los pecadores tiemblan de terror cuando se instaura y se siente el gobierno de Jehová. No es una cosa trivial; es una verdad que, por encima de todas las demás, debería remover las profundidades de nuestra naturaleza. C. H. S.

Vers. 2. Y encumbrado sobre todos los pueblos; sobrepasándolos en sus elevados pensamientos y sus encumbradas concepciones. Los más altos no son altos para El, ,bendito sea su nombre; los más humildes no son despreciados por El. En un Dios así nos regocijamos. Su grandeza y su altura son en extremo deleitosas en nuestra estimación. Cuanto más honrado y exaltado es Dios en los corazones de los hombres, más gozoso está su pueblo.

Si Israel se deleitaba en Saúl porque su cabeza sobrepasaba por encima de la de todo su pueblo, ¿cuánto más deberíamos exultar en nuestro Dios y Rey, que está por encima de nosotros como los cielos están por encima de la tierra? C. H. S.

Vers. 3. Alaben tu nombre grande y temido. Muchos dicen admirar los rayos suaves del sol de justicia, pero se agitan rebelándose contra su radiación más ardiente; no debería ser así; estamos obligados a alabar a un Dios temible y adorar a Aquel que echa a los inicuos en el infierno.

¿No le cantó Israel: «El que derribó a Faraón y sus huestes en el Mar Rojo, porque su misericordia es para siempre»? El terrible Vengador ha de ser alabado también cómo el amoroso Redentor. Contra esto se rebela la simpatía del mal corazón del hombre con sus pecados, dama pidiendo un Dios blando en quien la compasión ahogue la justicia. C. H. S.

El nombre de Padre es grande, porque es la fuente, el Creador, el Señor de todos; el nombre del Hijo es terrible, porque ha de ser nuestro juez; el nombre del Espíritu Santo es santo, porque es el que nos concede la santificación. Hugo Cardinaus, Genebrardus Y Balthazar Corderius, en «El Comentario de Neale»

La miseria del pecado no consiste meramente en sus consecuencias, sino en su misma naturaleza, que es separar a Dios de nuestras almas y apartar a Dios de nosotros, cerrándonos el paso a Él. Alfred Eldersheim, en «The Golden Diary of Heart Converse with Jesus in the Book of Psalms»

Vers. 5. Porque él es santo. La santidad es la armonía de todas las virtudes. El Señor tiene no sólo un atributo glorioso, o en predominancia, sino que todas las glorias están en El como un conjunto; ésta es la corona de su honor y el honor de su corona. Su joya escogida no es su poder ni su soberanía, sino su santidad.

Los dioses de los paganos, según sus fieles, eran lujuriosos, crueles, embrutecidos; lo único que les permitía exigir reverencia era su supuesto poder sobre los destinos humanos; ¿quién no querrá más bien adorar a Jehová, cuyo carácter es la pureza inmaculada, la justicia indesviable, la verdad inflexible, el amor sin límites, en una palabra, la santidad perfecta? C. H. S.

Vers. 6. Invocaban su nombre; invocaban a Jehová y él les respondía. La reverencia es una virtud demasiado rara en nuestros días; los hombres siguen sus propias opiniones y desprecian la verdad de Dios; es por ello que fallan en la oración, y los burladores incluso se han atrevido a decir que la oración no sirve para nada. Que el buen Dios haga volver a su pueblo a la reverencia a su Palabra, y entonces él podrá respetar la voz de su clamor. C. H. S.

Vers. 8. Jehová Dios nuestro, tú les respondías... les perdonabas. ¡Oh, qué bienaventurada es la seguridad de que nada puede perturbar nuestra posición en el pacto! La respuesta y el perdón son ciertas, aunque hay retribución para nuestros descarríos. Cada palabra y expresión, aquí, va directamente a nuestros corazones. La misma designación de nuestros pecados y castigos es verídica en extremo.

Con todo, no estamos separados de Dios. Podemos hablarle y oírle; recibimos lo que necesitamos y mucho más; y, sobre todo, tenemos el sentimiento dulce y permanente del perdón, a pesar de nuestros descarríos. Cuando nos dolemos bajo los castigos y los desengaños, sabemos que es el fuego que quema el heno, la madera, el rastrojo -los tratos compasivos y misericordiosos de un Padre-.

De buena gana aceptamos estas correcciones, que ahora son para nosotros nuevas promesas de nuestra seguridad. Porque el fundamento permanece eternamente seguro, y el camino de acceso no está cerrado. ¡Oh!, sin duda, con todo nuestro corazón estaremos de acuerd6: «Exaltad a Jehová nuestro Dios, y postraos ante su santo monte, porque Jehová nuestro Dios es santo.» Alfred Edersheim

Tú eres vengador de nuestros descarríos.
No es un castigo ligero, sino «una venganza», que El toma de nuestros descarríos, para manifestar que aborrece el pecado como pecado, no porque las personas peores son las que lo cometen.

Quizá si un hombre profano hubiera tocado el arca la mano de Dios no le habría alcanzado. Pero cuando Uzías, un hombre celoso de El, como podemos suponer por su intento de sostener el arca que se tambaleaba, se excedió en lo que debía hacer, El le hiere por su acción desobediente, al lado del arca que él indirectamente (no siendo un levita) sostenía (2º Samuel 6:7).

Ni tampoco reprobó tan duramente nuestro Salvador a los fariseos, ni se volvió contra ellos tan abruptamente como a Pedro, cuando le dio un consejo carnal y contrario a aquello que había de ser la mayor manifestación de la santidad de Dios, a saber, la muerte de Cristo (Mateo 16:23). Le llama «Satanás», un nombre más duro que el título de hijos del diablo con que denominó a los fariseos y que se da (aparte de él) sólo a Judas, que hizo profesión de amarle y que exteriormente contaba en el número de sus discípulos.

Un jardinero aborrece la mala hierba más que nada por hallarse en medio de sus flores más preciosas. Stephen Charnock

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