Charles Spurgeon Collection: Spurgeon - C.H. - Tesoro de David (Treasury of David): 109 Salmo 109

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Charles Spurgeon Collection: Spurgeon - C.H. - Tesoro de David (Treasury of David): 109 Salmo 109



TOPIC: Spurgeon - C.H. - Tesoro de David (Treasury of David) (Other Topics in this Collection)
SUBJECT: 109 Salmo 109

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SALMO 109



«Al músico principal»; está destinado, pues, a ser cantado, y cantado en el servicio del Templo. Con todo, no es fácil imaginar a toda la nación cantando estas tremendas imprecaciones. Nosotros, en todo caso, bajo la dispensación del evangelio, hallamos muy difícil infundir en el Salmo un sentido evangélico, o un sentido incluso compatible con el espíritu cristiano; por tanto, uno prefiere pensar que los judíos han de haber hallado difícil cantar en un lenguaje tan extraño sin sentir estimulado el espíritu de venganza; y el despertar este espíritu nunca puede haber sido el objeto del culto divino en ningún período, bajo la ley o bajo el evangelio. Al mismo comienzo, este Salmo muestra que tiene un sentido en que es apropiado para los hombres de Dios tener comunión ante el trono del Altísimo; pero ¿cuál es este sentido? Esta es una pregunta de gran dificultad y sólo un espíritu muy inocente, como de un niño, va a poder dar la respuesta.



«Un Salmo de David»; no son, por tanto, las lucubraciones de un misántropo malicioso, o las execraciones de un espíritu vengador y fogoso. David no quiso herir al hombre que procuraba derramar su sangre; con frecuencia perdonaba a los que le trataban indignamente; y, por tanto, estas palabras no se pueden leer en un sentido rencoroso, de desquite, porque esto sería ajeno al carácter del hijo de Isaí.



A menos que se demuestre que la religión de la antigua dispensación era por completo dura, morosa, draconiana, y que David era un espíritu malicioso y vengativo, no se puede concebir que este Salmo contenga lo que un autor se ha atrevido a llamar «un odio sin piedad», una malignidad refinada e insaciable.



No podemos admitir una sugerencia así ni un momento. Pero ¿qué otro sentido podemos sacar de este lenguaje? Verdaderamente éste es uno de los puntos difíciles de la Escritura, un pasaje que hace temblar el alma al leerlo; con todo, como es un Salmo para Dios, y dado por la inspiración, no nos corresponde sentarnos y enjuiciarlo, sino inclinar la cabeza a lo que Dios, el Señor, nos dice en él.



Este Salmo se refiere a Judas, porque en este sentido lo cita Pedro; pero el atribuir sus amargas imprecaciones a nuestro Señor en la hora de sus sufrimientos es algo que no nos atrevemos a hacer. No son compatibles con el silencioso Cordero de Dios, que no abrió su boca cuando le llevaron al matadero. Parece ser muy piadoso poner estas palabras en su boca; creemos que es nuestra piedad lo que nos impide hacerlo.



División. En los primeros cinco versículos, David ruega humildemente a Dios el poder ser librado de sus enemigos falsos e inexorables. Desde 6-20, lleno de un furor profético, que le lleva por completo más allá de sí mismo, proclama juicio sobre sus enemigos, y luego, desde 21-31, vuelve a la comunión con Dios en oración y alabanza.



La porción central del Salmo, en que yace la dificultad, no puede ser considerada, a sangre fría, como el deseo personal del salmista, sino como su denuncia profética de las personas que describe, y enfáticamente de una en especial, «El hijo de perdición», a quien ve con ojo presciente.



Nosotros estamos dispuestos a orar por la conversión de nuestro peor enemigo, y David habría hecho lo mismo; pero viendo a los adversarios del Señor y obradores de iniquidad como tales, y como incorregibles, no podemos desearles ningún bien; al contrario, deseamos que sean derrocados y destruidos. Los corazones más mansos arden de indignación cuando oyen barbaridades intentadas contra niños y mujeres, y astutos planes para destruir al inocente, opresión cruel de huérfanos inermes, e ingratitud atroz hacia el que es bueno y manso. Una maldición contra los que perpetran estas atrocidades en Turquía no puede ser menos virtuosa que una ben~dición sobre el justo. Deseamos bien a toda la humanidad, y por esta misma razón ardemos de indignación contra los monstruos inhumanos que pisotean toda ley que protege a nuestros prójimos y reducen a la nada todo dictado de humanidad. C. H. S.



La ira contra el pecado y el deseo de que los malhechores sean castigados no se opone al espíritu del evangelio o a este amor a los enemigos que nuestro Señor mandó y del cual dio ejemplo. Si la emoción de pronunciarlo fuera esencialmente pecaminosa, ¿cómo podía Pablo desear que el enemigo de Cristo y pervertidor del evangelio fuera maldito?; y, especialmente, ¿cómo podía el espíritu de los santos martirizados en el cielo clamar venganza a Dios y unirse para celebrar su ejecución final?



Sí, el resentimiento contra los malos dista mucho de ser por necesidad pecaminoso, puesto que lo hallamos manifestado en el Santo y Justo mismo cuando en los días de su carne miró a su alrededor a los que le escuchaban, «con ira, agraviado por la dureza de sus corazones»; y cuando en «el gran día de su ira» dirá a todos los obradores de iniquidad: «Apartaos de mí, malditos» (Mateo 25:41). Benjamin Davies



La ley de la santidad nos requiere que oremos por los fuegos de la retribución divina; la ley del amor procura, entretanto, rescatar el tizón del fuego. La última oración del mártir Esteban fue contestada no con un apartamiento general de la condena de una nación culpable, sino con la conversión de uno de los perseguidores individuales al servicio de Dios. Joseph F. Thrupp



No puedo por menos que contar este pequeño incidente que ocumo una mañana en el culto de familia. Sucedió que estaba leyendo uno de los Salmos imprecatorios y, al detenerme para hacer un comentario, mi hijito, un muchacho de diez años, me preguntó con sinceridad: «Padre, ¿crees que está bien que un buen hombre ore pidiendo la destrucción de sus enemigos de esta manera?»; y me hizo notar que Cristo oraba por sus enemigos.



Hice una corta pausa para dar forma a la respuesta de modo que satisficiera su pregunta, y le contesté: «Hijo mío, si un asesino entra en la casa esta noche y mata a tu madre, y luego se escapa, y la policía y otros lo persiguen intentando detenerle, ¿no orarías a Dios para que pudieran atraparle y arrestarle y presentarlo a la justicia?»



«¡Sí! », me contestó, «pero nunca lo vi así antes. No sabía que éste era el sentido de estos Salmos». «Sí», le dije; «hijo mío, los hombres contra los cuales David ora son hombres sanguinarios, hombres de falsedades y crimen, enemigos de la paz de la sociedad, que procuran su vida, y a menos que sean arrestados y sus viles intentos suprimidos, todas las personas inocentes tendrán que sufrir». Esta explicación satisfizo perfectamente su mente. F. G. Hibbard



Vers. 2. Porque la boca del impío y la boca del engañador se han abierto contra mí. El sufrimiento causado a un buen hombre por los informes calumniosos no puede imaginárselo ninguno que no haya sido herido por ellos; en todo el armamento de Satanás no hay peor arma que las lenguas engañosas. El que la reputación de uno que la ha cuidado con esmero diariamente sea salpicada por las aspersiones más viles no se puede describir; pero cuando los hombres malvados y mentirosos abren su boca, apenas podemos esperar pasarlo mejor que otros. C. H. S.



«Habla», dijo Arnobio, «a tu propia conciencia, oh varón de Dios, tú que sigues a Cristo; y cuando la boca del malvado y mentiroso se abra con respecto a ti, regocíjate y tente por seguro; porque en tanto que la boca del malvado está abierta para calumniarte en la tierra, la boca de Dios está abierta para alabarte en el cielo». Lorinus



Vers. 3. Con palabras de odio me han rodeado. No importa de qué lado se vuelva, le han rodeado de falsedades, acusaciones y desprecio. Susurros, sarcasmos, risitas, insinuaciones y acusaciones francas llenan su oído con un zumbido continuo, y todo por causa de puro odio, simplemente. Cada palabra está llena de veneno, y no pueden hablar sin enseñar los dientes. C. H. S.



Vers. 4. En pago de mi amor me han sido adversarios. Me odian porque yo los amaba. Uno de nuestros poetas dijo del Señor Jesús: «Culpable de un exceso de amor.» Sin duda, ésta fue su única falta. Pero yo oraba. No hacía otra cosa que orar. El se volvió oración, y ellos malicia. Esta fe su respuesta a sus enemigos; apeló contra los hombres y su injusticia al Juez de toda la tierra, que ha de ser justo. El verdadero valor sólo puede enseñar a un hombre a dejar sin respuesta a los que calumnian y llevar el caso ante el Señor.



Los hombres no pueden por menos que admirar el coraje del que anda entre calumnias sin contestarlas. C. H. S.



No hay peores enemigos que los que han recibido los mayores beneficios, una vez cambian su carácter. Como el vinagre más picante es hecho del vino más puro, y las carnes más agradables despiertan humores amargos en el estómago, así el amor más alto concedido a los amigos, si es mal digerido o corrompido, se vuelve en el odio más hostil. Abraham Wright



Un cristiano es todo oración: ora al levantarse, al irse a la cama, cuando anda; como el favorito en la corte tiene la llave de las escaleras privadas y puede despertar a su príncipe de noche. Augustus M. Toplady



Los santos perseguidos son hombres de oración, sí; están, podríamos decir, hechos de oración. David oraba ya antes, pero cuando sus enemigos empezaron a perseguirle, se dio por completo a la oración. Thomas Brooks



Vers. 5. Me devuelven mal por bien, y odio por amor. No es de sí mismo que habla, sino en nombre de todos los que son calumniados y pisoteados, de los cuales se siente representante y portavoz. Pide justicia, y como su alma es herida por crueles injusticias, pide con solemne calma y decisión, dándose buena cuenta de lo que pide. El sentir compasión de la malicia sería añadir malicia a la humanidad; el eximir a los astutos victimarios de sangre humana sería crueldad hacia los oprimidos.



La venganza es la prerrogativa de Dios, y sería una calamidad ilimitada si el mal siguiera sin castigo indefinidamente, de modo que es una bendición inefable que el Señor retribuya al hombre malvado y cruel, y hay ocasiones y momentos en que un buen hombre ha de orar por esta bendición. C. H. S.



Vers. 6. Pon sobre él a un impío. ¿Qué peor castigo puede tener? El orgulloso no puede resistir al orgulloso, ni el opresor tolerar a otro que gobierne como él. El justo, en su paciencia, halla el gobierno de los malvados una amarga servidumbre; pero los que están llenos de pasión, de resentimiento y aspiraciones altivas son esclavos verdaderamente cuando otros de su propia clase empuñan el látigo sobre ellos.



Para Herodes, ser gobernado por otro Herodes sería una gran desgracia, y, con todo, no podría haber retribución más justa. ¿Qué hombre injusto puede quejarse de verse gobernado por otro como él? ¿Qué puede esperar un hombre perverso sino que los que le gobiernen sean como él? ¿Quién no admira la justicia de Dios cuando ve a los crueles romanos gobernados por Tiberio o Nerón, o a los revolucionarios franceses por Marat o Robespierre? C. H. S.



Y Satanás esté a su diestra. ¿No debería ser así? ¿No debería el padre de la mentira estar al lado de sus hijos? ¿Qué amigo mejor para el adversario de la justicia que el gran adversario mismo? La maldición es terrible, pero es muy natural que ocurra: los que sirven a Satanás pueden esperar tener su compañía, su ayuda, sus tentaciones y, finalmente, su sentencia. C. H. S.



Los hombres dicen: «Mi pecado ha de ser denunciado, no yo.» ¡Qué libertinaje no resultaría de ello para el pecado! Mi naturaleza corrompida diría: «Si no soy condenada, sino sólo mi pecado, puedo hacer lo que me plazca; no se me llamará a cuentas por ello. Me gusta pecar y puedo seguir haciéndolo.» Esto es lo que los hombres habrían dicho. No habría habido esfuerzo para librarse del pecado. ¿Por qué debería haberlo si sólo se condena al pecado y no al pecador? Pero el pecado del hombre es identificado con él, y esto le hace temblar. La ira de Dios cae sobre él a causa de su pecado. La condenación está esperándole a causa de su pecado. Esto le acucia a librarse de él. Frederick Whitfield



Vers. 6-19. Estas terribles maldiciones son repetidas con muchas palabras y frases, para que sepamos que David no suelta estas palabras precipitadamente a impulsos de un arranque de pasión; sino que, habiéndolas dictado el Espíritu Santo, él emplea esta forma de execración para que sea una perpetua profecía o predicción de los dolores amargos y la destrucción de los enemigos de la iglesia de Dios. Ni impreca David estos castigos tanto sobre sus propios enemigos y Judas, el que entregó a Cristo; si no que dice que a todos los que luchan en contra del reino de Cristo les esperan castigos similares. Mollerus



Vers. 7. Cuando fuere juzgado, salga culpable; y su oración le sea tenida por pecado. Ya es pecado; que sea tratado como merece. Al ultrajado le ha de parecer terrible que el villano sin corazón aún haga ver que ora, y, como es natural, ora para que no sea escuchado, y para que sus peticiones sean consideradas como un añadido de culpa. Ha devorado la casa de la viuda, y todavía ora. Ha dado muerte a Nabot con falsas acusaciones para apoderarse de su viña, y luego presenta oraciones al Todopoderoso. C. H. S.



Tal como el cl amor de un malhechor condenado no sólo no es aceptado, sino que es considerado como un insulto al tribunal, las oraciones de los perversos ahora pasan a ser pecado, porque son agriadas por la levadura de la hipocresía y la malicia; y así serán consideradas en el gran día, porque entonces será demasiado tarde para clamar: «Señor, Señor, ábrenos.» Matthew Henry



San Jerónimo dice que la oración de Judas se le volvió en pecado por razón de su falta de esperanza cuando oraba; y por ello fue que, desesperado, se ahorcó. Robert Bellarmine



Deberíamos ser vigilantes al orar, para que la más santa adoración a Dios no se transforme en una abominación (Isaías 1:15; 66:3; Santiago 4:3; Oseas 7:14; Amós 5:23). Si el remedio es envenenado, ¿cómo va a curarse la enfermedad? Martin Geier



Vers. 8. Sean sus días pocos. ¿Quién podría desear que un tirano perseguidor viviera mucho tiempo? Tal como deseamos acortar los días de un perro rabioso. Si no hace nada más que maldad, el que se acorte su vida será para prolongación de la tranquilidad del mundo. «Los hombres sanguinarios y engañosos no viven la mitad de sus días.» C. H. S.



Vers. 9. Queden sus hijos huérfanos, y su mujer viuda. La espada del tirano deja a muchos hijos sin padres, y ¿quién puede lamentarse cuando estas barbaridades recaen en la propia familia del que las causa, y ellos, también, lloran y se lamentan? Se debe piedad a todos los huérfanos y viudas como tales, pero las atrocidades de un padre pueden secar las fuentes de la compasión.



¿Quién lamenta que los hijos de Faraón perdieran a su padre, o que la esposa de Senaquerib quedara viuda? Como la espada de Agag había dejado a muchas mujeres sin hijos, nadie lloró cuando la espada de Samuel dejó a su madre sin hijo entre las mujeres. Si Herodes hubiera sido exterminado cuando asesinó a los inocentes en Belén, nadie hubiese lamentado que su esposa hubiera quedado viuda.



Estas terribles maldiciones no han de ser usadas por los hombres corrientes, sino por los jueces, como David, para aplicarlas sobre los enemigos de Dios y del hombre. Los que consideran que el juzgar con una especie de benevolencia blanduzca a todas las criaturas como el acmé de la virtud son muy bien considerados en esta edad degenerada, éstos procuran que queden impunes los culpables, y aun esperan la restauración del mismo diablo. Es muy posible que si ellos tuvieran menos simpatía por el mal y estuvieran más en armonía con los pensamientos de Dios, serían un poco más severos y su mente más firme.



A nosotros nos parece mejor estar de acuerdo con las maldiciones de Dios que con las bendiciones del diablo; y cuando en todo tiempo nuestro corazón se resiste a los terrores del Señor, lo consideramos una prueba de nuestra necesidad de más humillación y confesamos nuestro pecado delante de Dios. C. H. S.



Impotentes y sin recursos. Esta es una vejación para muchos en sus lechos de muerte y muy justa para los perseguidores inexorables. Pero felices los que, cuando yacen en su lecho de muerte, pueden decir como Lutero: «Señor, te doy gracias por mi pobreza presente, pero más por las esperanzas futuras. No tengo casa, tierras, posesiones, ni dinero para dejar a otros. Tú me has dado esposa e hijos; he aquí, te los devuelvo, y te ruego que los alimentes, los enseñes, les guardes como has hecho hasta ahora, oh Padre de los huérfanos y Juez de las viudas.» John Trapp



Vers. 9, 10. Cuando consideramos a quién alude este Salmo, no hay dificultad respecto a estos versículos. No hay lenguaje más terrible que el de los versículos 6 al 19. Abarca toda desgracia que uno pueda imaginar. Pero ¿podría haber una condición más desgraciada que la de Judas? ¿Podría palabra alguna ser demasiado severa para expresar la profundidad de su vileza, de aquel que durante tres años había sido un asistente constante del Salvador de la humanidad; que había presenciado sus milagros y había compartido sus poderes milagrosos; que había disfrutado de todas sus advertencias, recibido sus reproches de amor, y luego le traicionó por treinta piezas de plata? ¿Podemos concebir una condición más vil que la de Judas? F. H. Dunwell



Vers. 11. Que los extranjeros saqueen el fruto de su trabajo. La riqueza amontonada por la opresión raramente ha durado hasta la tercera generación; fue reunida injustamente y es esparcida del mismo modo, y ¿quién diría que ha de ser de otro modo? Ciertamente, los que sufren un fraude no desean detener la retribución del Omnipotente, ni los que han sido robados desean alterar los arreglos divinos por los cuales estos males son retribuidos en esta vida. C. H. S.



Vers. 13. Su posteridad sea exterminada; y en la segunda generación sea borrado su nombre. Que desaparezcan tanto de la existencia como del recuerdo, de modo que nadie sepa que esta raza vil existió nunca. ¿Quién desea que la familia de Domiciano o Julián continúe sobre la tierra? ¿Quién se lamentaría si la raza de Tom Paine o de Voltaire se terminara? Sería indeseable que los hijos de villanos y tiranos semejantes se levantaran y fueran honrados, y, silo hicieran, serviría para reavivar el recuerdo de los pecados de sus padres. C. H. S.



Vers. 14. Este versículo es quizás el más terrible de todos, pero, aun así, los hijos a veces procuran castigo sobre los pecados de sus padres y son, con frecuencia, ellos mismos los medios de este castigo. Sin embargo, no podemos intentar explicar la justicia de esta maldición, aunque la creemos un hecho cierto. Dejamos a nuestro Padre celestial que nos dé más instrucción, si se complace en ello, sobre esta materia. C. H. S.



Vers. 15. El pasaje es oscuro, y tenemos que dejarlo así. Tiene que ser correcto, pues de otro modo no estaría donde está, pero no sabemos cómo explicarlo. ¿Por qué hemos de esperar entenderlo todo? Quizás es más beneficioso para nosotros ejercitar la humildad ante un texto difícil, y reverentemente adorar a Dios, que intentar comprender todos los misterios. C. H. S.



Vers. 15. Estén siempre delante de Jehová. Lafayette, el amigo y aliado de Washington, fue confinado en su juventud a un calabozo en Francia. En la puerta de su celda había un pequeño agujero, suficiente para el ojo de un hombre; en este agujero había colocado un centinela cuyo deber era observar, momento tras momento, hasta que era relevado de su puesto por otro. Todo lo que Lafayette veía era un ojo que parpadeaba, pero el ojo estaba siempre allí; mirara cuando mirara, encontraba su mirada. En sus sueños era consciente de que estaba mirándole. «Oh», dijo, «era horrible; no había modo de escapar de ello»; cuando se echaba, cuando se levantaba, cuando comía y leía, este ojo estaba escudriñándole. New Encyclopedia of Illustrative Anecdote



Vers. 15, 19, 29. La más estricta justicia, y nada más, respira en cada petición. ¿No puedes decir «Amén» a cada una de estas peticiones? Y ¿no estás contento cuando el malvado cae en el hoyo que ha cavado para la destrucción de otro y cuando su maldad recae sobre su propia cabeza? Pero dices: «Estas peticiones son indudablemente justas, pero ¿por qué pide el salmista justicia, y no misericordia?» La respuesta es que, en su capacidad pública, estaba obligado a pensar primero en términos de justicia.



Ningún Gobierno puede basarse en el perdón; la justicia siempre debe estar delante de la misericordia. Supongamos que en el curso de la próxima sesión el Parlamento decretara que a partir de entonces, en vez de ser aplicada la justicia a los ladrones enviándoles a la cárcel, se les trataría caritativamente y se les obligaría a restaurar la mitad de lo que hubieran robado. ¿Qué dirían los hombres honrados de esta medida? Los ladrones, sin duda, estarían muy agradecidos, pero ¿qué dirían los hombres honrados? ¿Qué? Procurarían derribar al Gobierno, de modo que no durara una semana mas.



Igualmente, los Salmistas se ven obligados primero a buscar la reivindicación y establecimiento de la justicia y la verdad. Como los magistrados de hoy, consideran primero el bienestar de la comunidad. Esto es lo que tenían a la vista en todas las calamidades que deseaban acarrear sobre los malhechores. R. A. Bertram



Vers. 16. Y persiguió al hombre desdichado y menesteroso, al quebrantado de corazón, para darle muerte. Había malicia en su corazón hacia uno que estaba bastante afligido, y atacarle era un exceso de malicia. Con todo, nada estimulaba su simpatía; ni la pobreza bastaba para que se moderara. No le importaba matar al quebrantado de corazón y robar a sus huérfanos su patrimonio. Para él los gemidos eran música; las lágrimas, vino; y las gotas de sangre, preciosos rubíes.



¿Podría un hombre exonerar a un monstruo así? ¿No es un servicio a los fines de la humanidad si deseamos que desaparezca, que vaya al trono de Dios para recibir su merecido? Si se vuelve y se arrepiente, bien; pero si no, hay que derribar el árbol y echarlo al fuego.



Como los hombres matan a los perros rabiosos si pueden, y con justicia, así podemos legítimamente desear que los opresores crueles de los pobres sean eliminados de su lugar y cargo y, como ejemplo para otros, sufran por sus barbaridades. C. H. S.



Vers. 17. Y no quiso la bendición; retírese, pues, de él. Era un lobo vestido de cordero, que hacía estragos en el rebaño de Dios, y engordaba en la sangre de sus almas, que él vendía hasta la muerte, y cuando alguno intentaba detenerle, clamaba.' «No toquéis al sacerdote de Dios.» Y los necios creían que había sido ungido, pero lo había siao por las manos del diablo, ungido por las manos del pecado y la muerte, y puesto aparte, sólo para mal. Empero, sobre él se acumularon maldiciones. ¡las de las almas que él había destruido, que le acusaban de su asesinato, y, por ello,

entre los irredentos, el más triste, le vemos que está en pie, esperando, temblando, la llegada temida del Hilo del Hombre! Robert Pollok.



El invocar bendiciones sobre un hombre así habría sido participar en su maldad; por tanto, que la bendición esté lejos de él en tanto que siga siendo como es. C. H. S.



Vers. 20. Son muchos los hijos de Dios que están perplejos frente a este Salmo, y tememos haber contribuido muy poco a su iluminación, y quizá las notas que hemos recogido de otros, al desplegar una variedad de opiniones, hayan incrementado la dificultad. ¿Qué diremos, pues? ¿No es bueno para nosotros, a veces, el darnos cuenta de que no somos capaces de entender todas las palabras e intenciones de Dios? Un asombro sincero, en tanto que no haga tambalear la fe, puede sernos útil para confundir nuestro orgullo, despertar nuestras facultades y llevarnos a exclamar: «Lo que no sé, enséñamelo.» C. H. S.



Vers. 21. Y tú, Jehová, Señor mío, favoréceme por amor de tu nombre. ¡Con qué avidez se desvía de los enemigos de su Dios! Se entrega a las manos del Señor, sin condiciones, pero contento, en tanto que su Dios se haga cargo de él. No alega mérito suyo alguno, sino el Nombre. Los santos siempre han sentido que ésta es su defensa más poderosa. Dios mismo ha ejecutado sus mayores hechos de gracia por el honor de su n9mbre, y su pueblo sabe que éste es el argumento más poderoso para El.



Líbrame, porque tu misericordia es buena. No porque yo soy bueno, sino porque tu misericordia es buena; ve cómo los santos buscan y piden su defensa en oración al mismo Señor. La misericordia es la estrella a la cual el pueblo de Dios dirige el ojo cuando se ve vapuleado por la tempestad y desolado, porque la riqueza peculiar y la bondad de esta misericordia son un cordial para los corazones cansados y tristes. Cuando los hombres no tienen misericordia, todavía la hallamos en Dios. Cuando los hombres devoran, acudimos a Dios para ser librados. C. H. S.

No dice: «Por mi nombre», para que pueda ser vindicado de reproche y oprobio; sino «por tu Nombre»; como si dijera: «Sea lo que sea, Señor, y me ocurra lo que me ocurra, ten en cuenta tu Nombre, sólo tu Nombre. Yo no soy digno de que tú procures ayudarme, pero tu Nombre es digno de que lo reivindiques del desprecio.» Vemos aquí con qué pasión por la gloria del Nombre divino deberíamos sentirnos impulsados los que nos hemos consagrado de modo peculiar al Nombre de Dios. Wolfgang Musculus



Vers. 21-25. El trueno y el relámpago ahora, diríamos, van seguidos de una lluvia de lágrimas de queja profunda y triste. Franz Delitzsch



Vers. 24. Mis rodillas están debilitadas a causa del ayuno. Sea por el ayuno religioso, al cual había acudido en lo extremo de su aflicción, o bien debido a la falta de apetito causada por la angustia de su mente. ¿Quién puede comer cuando cada bocado es agriado por la envidia? Esta es la ventaja del calumniador, que no experimenta nada él mismo, en tanto que su víctima apenas puede comer bocado a causa de su sufrimiento. Sin embargo, el buen Dios lo sabe y socorrerá a su afligido. C. H. S.



Vers. 27. Que entiendan que ésta es tu mano. Por aturdidos que estén, que la misericordia que se me ha mostrado sea tan conspicua que se vean forzados a ver su origen en el Señor. Los impíos no ven la mano de Dios en nada si pueden evitarlo, y cuando ven al hombre bueno entregado a su poder, se sienten más confirmados que nunca en su ateísmo. C. H. S.

Vers. 28. Las maldiciones del hombre son impotentes; las bendiciones de Dios son omnipotentes. Maldigan ellos. Matthew Henry



Vers. 29. Sean vestidos de ignominia los que me calumnian. Ésta es una profecía así como un deseo y puede ser interpretada tanto en el indicativo como en el imperativo. Donde el pecado es la ropa interior, la vergüenza pronto será la prenda exterior. El que quiere revestir al buen hombre de desprecio se verá, él mismo, vestido de deshonor. C. H. S.



«Misterioso» era una de las palabras escritas frente a este Salmo en la Biblia de bolsillo de un escritor devoto y popular. Representa la extrema perplejidad con la cual es considerado generalmente. Joseph Hammond



En este Salmo se supone que David se refiere a Doeg el edomita, o a Ahitófel. Es el más imprecatorio de los Salmos y bien puede llamársele «el Salmo Iscariote». Paton J. Gloag



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SALMO 109



«Al músico principal»; está destinado, pues, a ser cantado, y cantado en el servicio del Templo. Con todo, no es fácil imaginar a toda la nación cantando estas tremendas imprecaciones. Nosotros, en todo caso, bajo la dispensación del evangelio, hallamos muy difícil infundir en el Salmo un sentido evangélico, o un sentido incluso compatible con el espíritu cristiano; por tanto, uno prefiere pensar que los judíos han de haber hallado difícil cantar en un lenguaje tan extraño sin sentir estimulado el espíritu de venganza; y el despertar este espíritu nunca puede haber sido el objeto del culto divino en ningún período, bajo la ley o bajo el evangelio. Al mismo comienzo, este Salmo muestra que tiene un sentido en que es apropiado para los hombres de Dios tener comunión ante el trono del Altísimo; pero ¿cuál es este sentido? Esta es una pregunta de gran dificultad y sólo un espíritu muy inocente, como de un niño, va a poder dar la respuesta.



«Un Salmo de David»; no son, por tanto, las lucubraciones de un misántropo malicioso, o las execraciones de un espíritu vengador y fogoso. David no quiso herir al hombre que procuraba derramar su sangre; con frecuencia perdonaba a los que le trataban indignamente; y, por tanto, estas palabras no se pueden leer en un sentido rencoroso, de desquite, porque esto sería ajeno al carácter del hijo de Isaí.



A menos que se demuestre que la religión de la antigua dispensación era por completo dura, morosa, draconiana, y que David era un espíritu malicioso y vengativo, no se puede concebir que este Salmo contenga lo que un autor se ha atrevido a llamar «un odio sin piedad», una malignidad refinada e insaciable.



No podemos admitir una sugerencia así ni un momento. Pero ¿qué otro sentido podemos sacar de este lenguaje? Verdaderamente éste es uno de los puntos difíciles de la Escritura, un pasaje que hace temblar el alma al leerlo; con todo, como es un Salmo para Dios, y dado por la inspiración, no nos corresponde sentarnos y enjuiciarlo, sino inclinar la cabeza a lo que Dios, el Señor, nos dice en él.



Este Salmo se refiere a Judas, porque en este sentido lo cita Pedro; pero el atribuir sus amargas imprecaciones a nuestro Señor en la hora de sus sufrimientos es algo que no nos atrevemos a hacer. No son compatibles con el silencioso Cordero de Dios, que no abrió su boca cuando le llevaron al matadero. Parece ser muy piadoso poner estas palabras en su boca; creemos que es nuestra piedad lo que nos impide hacerlo.



División. En los primeros cinco versículos, David ruega humildemente a Dios el poder ser librado de sus enemigos falsos e inexorables. Desde 6-20, lleno de un furor profético, que le lleva por completo más allá de sí mismo, proclama juicio sobre sus enemigos, y luego, desde 21-31, vuelve a la comunión con Dios en oración y alabanza.



La porción central del Salmo, en que yace la dificultad, no puede ser considerada, a sangre fría, como el deseo personal del salmista, sino como su denuncia profética de las personas que describe, y enfáticamente de una en especial, «El hijo de perdición», a quien ve con ojo presciente.



Nosotros estamos dispuestos a orar por la conversión de nuestro peor enemigo, y David habría hecho lo mismo; pero viendo a los adversarios del Señor y obradores de iniquidad como tales, y como incorregibles, no podemos desearles ningún bien; al contrario, deseamos que sean derrocados y destruidos. Los corazones más mansos arden de indignación cuando oyen barbaridades intentadas contra niños y mujeres, y astutos planes para destruir al inocente, opresión cruel de huérfanos inermes, e ingratitud atroz hacia el que es bueno y manso. Una maldición contra los que perpetran estas atrocidades en Turquía no puede ser menos virtuosa que una ben~dición sobre el justo. Deseamos bien a toda la humanidad, y por esta misma razón ardemos de indignación contra los monstruos inhumanos que pisotean toda ley que protege a nuestros prójimos y reducen a la nada todo dictado de humanidad. C. H. S.



La ira contra el pecado y el deseo de que los malhechores sean castigados no se opone al espíritu del evangelio o a este amor a los enemigos que nuestro Señor mandó y del cual dio ejemplo. Si la emoción de pronunciarlo fuera esencialmente pecaminosa, ¿cómo podía Pablo desear que el enemigo de Cristo y pervertidor del evangelio fuera maldito?; y, especialmente, ¿cómo podía el espíritu de los santos martirizados en el cielo clamar venganza a Dios y unirse para celebrar su ejecución final?



Sí, el resentimiento contra los malos dista mucho de ser por necesidad pecaminoso, puesto que lo hallamos manifestado en el Santo y Justo mismo cuando en los días de su carne miró a su alrededor a los que le escuchaban, «con ira, agraviado por la dureza de sus corazones»; y cuando en «el gran día de su ira» dirá a todos los obradores de iniquidad: «Apartaos de mí, malditos» (Mateo 25:41). Benjamin Davies



La ley de la santidad nos requiere que oremos por los fuegos de la retribución divina; la ley del amor procura, entretanto, rescatar el tizón del fuego. La última oración del mártir Esteban fue contestada no con un apartamiento general de la condena de una nación culpable, sino con la conversión de uno de los perseguidores individuales al servicio de Dios. Joseph F. Thrupp



No puedo por menos que contar este pequeño incidente que ocumo una mañana en el culto de familia. Sucedió que estaba leyendo uno de los Salmos imprecatorios y, al detenerme para hacer un comentario, mi hijito, un muchacho de diez años, me preguntó con sinceridad: «Padre, ¿crees que está bien que un buen hombre ore pidiendo la destrucción de sus enemigos de esta manera?»; y me hizo notar que Cristo oraba por sus enemigos.



Hice una corta pausa para dar forma a la respuesta de modo que satisficiera su pregunta, y le contesté: «Hijo mío, si un asesino entra en la casa esta noche y mata a tu madre, y luego se escapa, y la policía y otros lo persiguen intentando detenerle, ¿no orarías a Dios para que pudieran atraparle y arrestarle y presentarlo a la justicia?»



«¡Sí! », me contestó, «pero nunca lo vi así antes. No sabía que éste era el sentido de estos Salmos». «Sí», le dije; «hijo mío, los hombres contra los cuales David ora son hombres sanguinarios, hombres de falsedades y crimen, enemigos de la paz de la sociedad, que procuran su vida, y a menos que sean arrestados y sus viles intentos suprimidos, todas las personas inocentes tendrán que sufrir». Esta explicación satisfizo perfectamente su mente. F. G. Hibbard



Vers. 2. Porque la boca del impío y la boca del engañador se han abierto contra mí. El sufrimiento causado a un buen hombre por los informes calumniosos no puede imaginárselo ninguno que no haya sido herido por ellos; en todo el armamento de Satanás no hay peor arma que las lenguas engañosas. El que la reputación de uno que la ha cuidado con esmero diariamente sea salpicada por las aspersiones más viles no se puede describir; pero cuando los hombres malvados y mentirosos abren su boca, apenas podemos esperar pasarlo mejor que otros. C. H. S.



«Habla», dijo Arnobio, «a tu propia conciencia, oh varón de Dios, tú que sigues a Cristo; y cuando la boca del malvado y mentiroso se abra con respecto a ti, regocíjate y tente por seguro; porque en tanto que la boca del malvado está abierta para calumniarte en la tierra, la boca de Dios está abierta para alabarte en el cielo». Lorinus



Vers. 3. Con palabras de odio me han rodeado. No importa de qué lado se vuelva, le han rodeado de falsedades, acusaciones y desprecio. Susurros, sarcasmos, risitas, insinuaciones y acusaciones francas llenan su oído con un zumbido continuo, y todo por causa de puro odio, simplemente. Cada palabra está llena de veneno, y no pueden hablar sin enseñar los dientes. C. H. S.



Vers. 4. En pago de mi amor me han sido adversarios. Me odian porque yo los amaba. Uno de nuestros poetas dijo del Señor Jesús: «Culpable de un exceso de amor.» Sin duda, ésta fue su única falta. Pero yo oraba. No hacía otra cosa que orar. El se volvió oración, y ellos malicia. Esta fe su respuesta a sus enemigos; apeló contra los hombres y su injusticia al Juez de toda la tierra, que ha de ser justo. El verdadero valor sólo puede enseñar a un hombre a dejar sin respuesta a los que calumnian y llevar el caso ante el Señor.



Los hombres no pueden por menos que admirar el coraje del que anda entre calumnias sin contestarlas. C. H. S.



No hay peores enemigos que los que han recibido los mayores beneficios, una vez cambian su carácter. Como el vinagre más picante es hecho del vino más puro, y las carnes más agradables despiertan humores amargos en el estómago, así el amor más alto concedido a los amigos, si es mal digerido o corrompido, se vuelve en el odio más hostil. Abraham Wright



Un cristiano es todo oración: ora al levantarse, al irse a la cama, cuando anda; como el favorito en la corte tiene la llave de las escaleras privadas y puede despertar a su príncipe de noche. Augustus M. Toplady



Los santos perseguidos son hombres de oración, sí; están, podríamos decir, hechos de oración. David oraba ya antes, pero cuando sus enemigos empezaron a perseguirle, se dio por completo a la oración. Thomas Brooks



Vers. 5. Me devuelven mal por bien, y odio por amor. No es de sí mismo que habla, sino en nombre de todos los que son calumniados y pisoteados, de los cuales se siente representante y portavoz. Pide justicia, y como su alma es herida por crueles injusticias, pide con solemne calma y decisión, dándose buena cuenta de lo que pide. El sentir compasión de la malicia sería añadir malicia a la humanidad; el eximir a los astutos victimarios de sangre humana sería crueldad hacia los oprimidos.



La venganza es la prerrogativa de Dios, y sería una calamidad ilimitada si el mal siguiera sin castigo indefinidamente, de modo que es una bendición inefable que el Señor retribuya al hombre malvado y cruel, y hay ocasiones y momentos en que un buen hombre ha de orar por esta bendición. C. H. S.



Vers. 6. Pon sobre él a un impío. ¿Qué peor castigo puede tener? El orgulloso no puede resistir al orgulloso, ni el opresor tolerar a otro que gobierne como él. El justo, en su paciencia, halla el gobierno de los malvados una amarga servidumbre; pero los que están llenos de pasión, de resentimiento y aspiraciones altivas son esclavos verdaderamente cuando otros de su propia clase empuñan el látigo sobre ellos.



Para Herodes, ser gobernado por otro Herodes sería una gran desgracia, y, con todo, no podría haber retribución más justa. ¿Qué hombre injusto puede quejarse de verse gobernado por otro como él? ¿Qué puede esperar un hombre perverso sino que los que le gobiernen sean como él? ¿Quién no admira la justicia de Dios cuando ve a los crueles romanos gobernados por Tiberio o Nerón, o a los revolucionarios franceses por Marat o Robespierre? C. H. S.



Y Satanás esté a su diestra. ¿No debería ser así? ¿No debería el padre de la mentira estar al lado de sus hijos? ¿Qué amigo mejor para el adversario de la justicia que el gran adversario mismo? La maldición es terrible, pero es muy natural que ocurra: los que sirven a Satanás pueden esperar tener su compañía, su ayuda, sus tentaciones y, finalmente, su sentencia. C. H. S.



Los hombres dicen: «Mi pecado ha de ser denunciado, no yo.» ¡Qué libertinaje no resultaría de ello para el pecado! Mi naturaleza corrompida diría: «Si no soy condenada, sino sólo mi pecado, puedo hacer lo que me plazca; no se me llamará a cuentas por ello. Me gusta pecar y puedo seguir haciéndolo.» Esto es lo que los hombres habrían dicho. No habría habido esfuerzo para librarse del pecado. ¿Por qué debería haberlo si sólo se condena al pecado y no al pecador? Pero el pecado del hombre es identificado con él, y esto le hace temblar. La ira de Dios cae sobre él a causa de su pecado. La condenación está esperándole a causa de su pecado. Esto le acucia a librarse de él. Frederick Whitfield



Vers. 6-19. Estas terribles maldiciones son repetidas con muchas palabras y frases, para que sepamos que David no suelta estas palabras precipitadamente a impulsos de un arranque de pasión; sino que, habiéndolas dictado el Espíritu Santo, él emplea esta forma de execración para que sea una perpetua profecía o predicción de los dolores amargos y la destrucción de los enemigos de la iglesia de Dios. Ni impreca David estos castigos tanto sobre sus propios enemigos y Judas, el que entregó a Cristo; si no que dice que a todos los que luchan en contra del reino de Cristo les esperan castigos similares. Mollerus



Vers. 7. Cuando fuere juzgado, salga culpable; y su oración le sea tenida por pecado. Ya es pecado; que sea tratado como merece. Al ultrajado le ha de parecer terrible que el villano sin corazón aún haga ver que ora, y, como es natural, ora para que no sea escuchado, y para que sus peticiones sean consideradas como un añadido de culpa. Ha devorado la casa de la viuda, y todavía ora. Ha dado muerte a Nabot con falsas acusaciones para apoderarse de su viña, y luego presenta oraciones al Todopoderoso. C. H. S.



Tal como el cl amor de un malhechor condenado no sólo no es aceptado, sino que es considerado como un insulto al tribunal, las oraciones de los perversos ahora pasan a ser pecado, porque son agriadas por la levadura de la hipocresía y la malicia; y así serán consideradas en el gran día, porque entonces será demasiado tarde para clamar: «Señor, Señor, ábrenos.» Matthew Henry



San Jerónimo dice que la oración de Judas se le volvió en pecado por razón de su falta de esperanza cuando oraba; y por ello fue que, desesperado, se ahorcó. Robert Bellarmine



Deberíamos ser vigilantes al orar, para que la más santa adoración a Dios no se transforme en una abominación (Isaías 1:15; 66:3; Santiago 4:3; Oseas 7:14; Amós 5:23). Si el remedio es envenenado, ¿cómo va a curarse la enfermedad? Martin Geier



Vers. 8. Sean sus días pocos. ¿Quién podría desear que un tirano perseguidor viviera mucho tiempo? Tal como deseamos acortar los días de un perro rabioso. Si no hace nada más que maldad, el que se acorte su vida será para prolongación de la tranquilidad del mundo. «Los hombres sanguinarios y engañosos no viven la mitad de sus días.» C. H. S.



Vers. 9. Queden sus hijos huérfanos, y su mujer viuda. La espada del tirano deja a muchos hijos sin padres, y ¿quién puede lamentarse cuando estas barbaridades recaen en la propia familia del que las causa, y ellos, también, lloran y se lamentan? Se debe piedad a todos los huérfanos y viudas como tales, pero las atrocidades de un padre pueden secar las fuentes de la compasión.



¿Quién lamenta que los hijos de Faraón perdieran a su padre, o que la esposa de Senaquerib quedara viuda? Como la espada de Agag había dejado a muchas mujeres sin hijos, nadie lloró cuando la espada de Samuel dejó a su madre sin hijo entre las mujeres. Si Herodes hubiera sido exterminado cuando asesinó a los inocentes en Belén, nadie hubiese lamentado que su esposa hubiera quedado viuda.



Estas terribles maldiciones no han de ser usadas por los hombres corrientes, sino por los jueces, como David, para aplicarlas sobre los enemigos de Dios y del hombre. Los que consideran que el juzgar con una especie de benevolencia blanduzca a todas las criaturas como el acmé de la virtud son muy bien considerados en esta edad degenerada, éstos procuran que queden impunes los culpables, y aun esperan la restauración del mismo diablo. Es muy posible que si ellos tuvieran menos simpatía por el mal y estuvieran más en armonía con los pensamientos de Dios, serían un poco más severos y su mente más firme.



A nosotros nos parece mejor estar de acuerdo con las maldiciones de Dios que con las bendiciones del diablo; y cuando en todo tiempo nuestro corazón se resiste a los terrores del Señor, lo consideramos una prueba de nuestra necesidad de más humillación y confesamos nuestro pecado delante de Dios. C. H. S.



Impotentes y sin recursos. Esta es una vejación para muchos en sus lechos de muerte y muy justa para los perseguidores inexorables. Pero felices los que, cuando yacen en su lecho de muerte, pueden decir como Lutero: «Señor, te doy gracias por mi pobreza presente, pero más por las esperanzas futuras. No tengo casa, tierras, posesiones, ni dinero para dejar a otros. Tú me has dado esposa e hijos; he aquí, te los devuelvo, y te ruego que los alimentes, los enseñes, les guardes como has hecho hasta ahora, oh Padre de los huérfanos y Juez de las viudas.» John Trapp



Vers. 9, 10. Cuando consideramos a quién alude este Salmo, no hay dificultad respecto a estos versículos. No hay lenguaje más terrible que el de los versículos 6 al 19. Abarca toda desgracia que uno pueda imaginar. Pero ¿podría haber una condición más desgraciada que la de Judas? ¿Podría palabra alguna ser demasiado severa para expresar la profundidad de su vileza, de aquel que durante tres años había sido un asistente constante del Salvador de la humanidad; que había presenciado sus milagros y había compartido sus poderes milagrosos; que había disfrutado de todas sus advertencias, recibido sus reproches de amor, y luego le traicionó por treinta piezas de plata? ¿Podemos concebir una condición más vil que la de Judas? F. H. Dunwell



Vers. 11. Que los extranjeros saqueen el fruto de su trabajo. La riqueza amontonada por la opresión raramente ha durado hasta la tercera generación; fue reunida injustamente y es esparcida del mismo modo, y ¿quién diría que ha de ser de otro modo? Ciertamente, los que sufren un fraude no desean detener la retribución del Omnipotente, ni los que han sido robados desean alterar los arreglos divinos por los cuales estos males son retribuidos en esta vida. C. H. S.



Vers. 13. Su posteridad sea exterminada; y en la segunda generación sea borrado su nombre. Que desaparezcan tanto de la existencia como del recuerdo, de modo que nadie sepa que esta raza vil existió nunca. ¿Quién desea que la familia de Domiciano o Julián continúe sobre la tierra? ¿Quién se lamentaría si la raza de Tom Paine o de Voltaire se terminara? Sería indeseable que los hijos de villanos y tiranos semejantes se levantaran y fueran honrados, y, silo hicieran, serviría para reavivar el recuerdo de los pecados de sus padres. C. H. S.



Vers. 14. Este versículo es quizás el más terrible de todos, pero, aun así, los hijos a veces procuran castigo sobre los pecados de sus padres y son, con frecuencia, ellos mismos los medios de este castigo. Sin embargo, no podemos intentar explicar la justicia de esta maldición, aunque la creemos un hecho cierto. Dejamos a nuestro Padre celestial que nos dé más instrucción, si se complace en ello, sobre esta materia. C. H. S.



Vers. 15. El pasaje es oscuro, y tenemos que dejarlo así. Tiene que ser correcto, pues de otro modo no estaría donde está, pero no sabemos cómo explicarlo. ¿Por qué hemos de esperar entenderlo todo? Quizás es más beneficioso para nosotros ejercitar la humildad ante un texto difícil, y reverentemente adorar a Dios, que intentar comprender todos los misterios. C. H. S.



Vers. 15. Estén siempre delante de Jehová. Lafayette, el amigo y aliado de Washington, fue confinado en su juventud a un calabozo en Francia. En la puerta de su celda había un pequeño agujero, suficiente para el ojo de un hombre; en este agujero había colocado un centinela cuyo deber era observar, momento tras momento, hasta que era relevado de su puesto por otro. Todo lo que Lafayette veía era un ojo que parpadeaba, pero el ojo estaba siempre allí; mirara cuando mirara, encontraba su mirada. En sus sueños era consciente de que estaba mirándole. «Oh», dijo, «era horrible; no había modo de escapar de ello»; cuando se echaba, cuando se levantaba, cuando comía y leía, este ojo estaba escudriñándole. New Encyclopedia of Illustrative Anecdote



Vers. 15, 19, 29. La más estricta justicia, y nada más, respira en cada petición. ¿No puedes decir «Amén» a cada una de estas peticiones? Y ¿no estás contento cuando el malvado cae en el hoyo que ha cavado para la destrucción de otro y cuando su maldad recae sobre su propia cabeza? Pero dices: «Estas peticiones son indudablemente justas, pero ¿por qué pide el salmista justicia, y no misericordia?» La respuesta es que, en su capacidad pública, estaba obligado a pensar primero en términos de justicia.



Ningún Gobierno puede basarse en el perdón; la justicia siempre debe estar delante de la misericordia. Supongamos que en el curso de la próxima sesión el Parlamento decretara que a partir de entonces, en vez de ser aplicada la justicia a los ladrones enviándoles a la cárcel, se les trataría caritativamente y se les obligaría a restaurar la mitad de lo que hubieran robado. ¿Qué dirían los hombres honrados de esta medida? Los ladrones, sin duda, estarían muy agradecidos, pero ¿qué dirían los hombres honrados? ¿Qué? Procurarían derribar al Gobierno, de modo que no durara una semana mas.



Igualmente, los Salmistas se ven obligados primero a buscar la reivindicación y establecimiento de la justicia y la verdad. Como los magistrados de hoy, consideran primero el bienestar de la comunidad. Esto es lo que tenían a la vista en todas las calamidades que deseaban acarrear sobre los malhechores. R. A. Bertram



Vers. 16. Y persiguió al hombre desdichado y menesteroso, al quebrantado de corazón, para darle muerte. Había malicia en su corazón hacia uno que estaba bastante afligido, y atacarle era un exceso de malicia. Con todo, nada estimulaba su simpatía; ni la pobreza bastaba para que se moderara. No le importaba matar al quebrantado de corazón y robar a sus huérfanos su patrimonio. Para él los gemidos eran música; las lágrimas, vino; y las gotas de sangre, preciosos rubíes.



¿Podría un hombre exonerar a un monstruo así? ¿No es un servicio a los fines de la humanidad si deseamos que desaparezca, que vaya al trono de Dios para recibir su merecido? Si se vuelve y se arrepiente, bien; pero si no, hay que derribar el árbol y echarlo al fuego.



Como los hombres matan a los perros rabiosos si pueden, y con justicia, así podemos legítimamente desear que los opresores crueles de los pobres sean eliminados de su lugar y cargo y, como ejemplo para otros, sufran por sus barbaridades. C. H. S.



Vers. 17. Y no quiso la bendición; retírese, pues, de él. Era un lobo vestido de cordero, que hacía estragos en el rebaño de Dios, y engordaba en la sangre de sus almas, que él vendía hasta la muerte, y cuando alguno intentaba detenerle, clamaba.' «No toquéis al sacerdote de Dios.» Y los necios creían que había sido ungido, pero lo había siao por las manos del diablo, ungido por las manos del pecado y la muerte, y puesto aparte, sólo para mal. Empero, sobre él se acumularon maldiciones. ¡las de las almas que él había destruido, que le acusaban de su asesinato, y, por ello,

entre los irredentos, el más triste, le vemos que está en pie, esperando, temblando, la llegada temida del Hilo del Hombre! Robert Pollok.



El invocar bendiciones sobre un hombre así habría sido participar en su maldad; por tanto, que la bendición esté lejos de él en tanto que siga siendo como es. C. H. S.



Vers. 20. Son muchos los hijos de Dios que están perplejos frente a este Salmo, y tememos haber contribuido muy poco a su iluminación, y quizá las notas que hemos recogido de otros, al desplegar una variedad de opiniones, hayan incrementado la dificultad. ¿Qué diremos, pues? ¿No es bueno para nosotros, a veces, el darnos cuenta de que no somos capaces de entender todas las palabras e intenciones de Dios? Un asombro sincero, en tanto que no haga tambalear la fe, puede sernos útil para confundir nuestro orgullo, despertar nuestras facultades y llevarnos a exclamar: «Lo que no sé, enséñamelo.» C. H. S.



Vers. 21. Y tú, Jehová, Señor mío, favoréceme por amor de tu nombre. ¡Con qué avidez se desvía de los enemigos de su Dios! Se entrega a las manos del Señor, sin condiciones, pero contento, en tanto que su Dios se haga cargo de él. No alega mérito suyo alguno, sino el Nombre. Los santos siempre han sentido que ésta es su defensa más poderosa. Dios mismo ha ejecutado sus mayores hechos de gracia por el honor de su n9mbre, y su pueblo sabe que éste es el argumento más poderoso para El.



Líbrame, porque tu misericordia es buena. No porque yo soy bueno, sino porque tu misericordia es buena; ve cómo los santos buscan y piden su defensa en oración al mismo Señor. La misericordia es la estrella a la cual el pueblo de Dios dirige el ojo cuando se ve vapuleado por la tempestad y desolado, porque la riqueza peculiar y la bondad de esta misericordia son un cordial para los corazones cansados y tristes. Cuando los hombres no tienen misericordia, todavía la hallamos en Dios. Cuando los hombres devoran, acudimos a Dios para ser librados. C. H. S.

No dice: «Por mi nombre», para que pueda ser vindicado de reproche y oprobio; sino «por tu Nombre»; como si dijera: «Sea lo que sea, Señor, y me ocurra lo que me ocurra, ten en cuenta tu Nombre, sólo tu Nombre. Yo no soy digno de que tú procures ayudarme, pero tu Nombre es digno de que lo reivindiques del desprecio.» Vemos aquí con qué pasión por la gloria del Nombre divino deberíamos sentirnos impulsados los que nos hemos consagrado de modo peculiar al Nombre de Dios. Wolfgang Musculus



Vers. 21-25. El trueno y el relámpago ahora, diríamos, van seguidos de una lluvia de lágrimas de queja profunda y triste. Franz Delitzsch



Vers. 24. Mis rodillas están debilitadas a causa del ayuno. Sea por el ayuno religioso, al cual había acudido en lo extremo de su aflicción, o bien debido a la falta de apetito causada por la angustia de su mente. ¿Quién puede comer cuando cada bocado es agriado por la envidia? Esta es la ventaja del calumniador, que no experimenta nada él mismo, en tanto que su víctima apenas puede comer bocado a causa de su sufrimiento. Sin embargo, el buen Dios lo sabe y socorrerá a su afligido. C. H. S.



Vers. 27. Que entiendan que ésta es tu mano. Por aturdidos que estén, que la misericordia que se me ha mostrado sea tan conspicua que se vean forzados a ver su origen en el Señor. Los impíos no ven la mano de Dios en nada si pueden evitarlo, y cuando ven al hombre bueno entregado a su poder, se sienten más confirmados que nunca en su ateísmo. C. H. S.

Vers. 28. Las maldiciones del hombre son impotentes; las bendiciones de Dios son omnipotentes. Maldigan ellos. Matthew Henry



Vers. 29. Sean vestidos de ignominia los que me calumnian. Ésta es una profecía así como un deseo y puede ser interpretada tanto en el indicativo como en el imperativo. Donde el pecado es la ropa interior, la vergüenza pronto será la prenda exterior. El que quiere revestir al buen hombre de desprecio se verá, él mismo, vestido de deshonor. C. H. S.



«Misterioso» era una de las palabras escritas frente a este Salmo en la Biblia de bolsillo de un escritor devoto y popular. Representa la extrema perplejidad con la cual es considerado generalmente. Joseph Hammond



En este Salmo se supone que David se refiere a Doeg el edomita, o a Ahitófel. Es el más imprecatorio de los Salmos y bien puede llamársele «el Salmo Iscariote». Paton J. Gloag



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