Charles Spurgeon Collection: Spurgeon - C.H. - Tesoro de David (Treasury of David): 114 Salmo 114

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Charles Spurgeon Collection: Spurgeon - C.H. - Tesoro de David (Treasury of David): 114 Salmo 114



TOPIC: Spurgeon - C.H. - Tesoro de David (Treasury of David) (Other Topics in this Collection)
SUBJECT: 114 Salmo 114

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SALMO 114



Este sublime «Cántico del Éxodo» es uno e indivisible. La verdadera poesía alcanza aquí su cumbre; no hay mente humana que haya podido igualar, y mucho menos exceder, la grandeza de este Salmo. En él se habla de Dios como dirigiendo a su pueblo desde Egipto a Canaán y haciendo que toda la tierra sea conmovida a su venida. Se presentan las cosas inanimadas como imitando las acciones de criaturas vivas cuando pasa el Señor. Se les habla e interroga con una fuerza de lenguaje extraordinaria, de modo que uno parece ver la escena. El Dios de Jacob es exaltado como teniendo poder sobre río, mar y monte, y haciendo que toda la naturaleza preste homenaje y tributo ante su gloriosa majestad. C. H. S.



Vers. 1. Cuando salió Israel de Egipto. El Salmo empieza bruscamente, como si el impulso poético no pudiera ser retenido, sino que se desbordara. El alma elevada y llena de un sentimiento de gloria divina no puede esperar a formar un prefacio, sino que entra de un salto en su tema. Eran como un solo hombre en su voluntad de abandonar Gosén; aunque eran muchos, ni un solo individuo se quedó atrás. La unanimidad es una muestra agradable de la presencia divina y uno de sus frutos más dulces. El lenguaje de los capataces extranjeros nunca es musical en los oídos del exiliado. ¡Qué dulce es para el cristiano que se ha visto o negado a escuchar la conversación profana de los inicuos cuando al fin puede salir de en medio de ellos y residir con su propio pueblo! C. H. S.



Vers. 2. Judá vino a ser su santuario, e Israel su dominio. La palabra «su» viene donde habríamos esperado el nombre de Dios; pero el poeta está tan lleno en su pensamiento de Dios que se le olvida mencionar el nombre, como la esposa del Cántico, que empieza: «Que me bese», o Magdalena cuando exclama: «Dime dónde le has puesto.» Todos se hallaban en el santuario de la Deidad, y su campamento era un gran templo. ¡Qué cambio tiene que haber sido para los fieles entre ellos el estar fuera de las idolatrías y blasfemias de los egipcios, y bajo las órdenes justas y la adoración santa del gran Rey en Jerusún! Vivían en un mundo de maravillas, en que Dios se volvía en el pan que comían y el agua que bebían, así como en la solemne adoración en su lugar santo.



Cuando el Señor está presente de modo manifiesto en una iglesia, y sus órdenes misericordiosas son reconocidas con obediencia, ¡qué edad de oro ha llegado, y qué privilegios tan honrosos disfruta el pueblo! ¡Ojalá fuera así entre nosotros! C. H. S.



Lector, no dejes de notar que cuando Israel salió de Egipto, el Señor estableció su tabernáculo entre ellos y les manifestó su presencia. Y ¿qué ocurre ahora cuando el Señor Jesús saca a su pueblo de Egipto del mundo? ¿No cumple la dulce promesa: «He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta, el fin del mundo»? ¿No es un privilegio de su pueblo el vivir para El, el vivir con El, y el vivir de El? ¿No declara en cada acto: «Diré: Es mi pueblo; y ellos dirán: El Señor es mi Dios»? (Mateo 28:20; Zacarías 13:9). Robert Hawker



Vers. 3. El Jordán se volvió atrás. Ésta fue la obra de Dios; el poeta no canta sobre la suspensión de las leyes naturales, o de un fenómeno singular que no se explica fácilmente; sino que para él la presencia de Dios entre su pueblo lo es todo, y en su elevado cántico nos dice que el río se echó atrás porque el Señor estaba allí.



En este caso, la poesía no es sino un hecho literal, y la ficción se halla en el lado de los críticos ateos que sugieren una explicación del milagro antes que admitir que el Señor desnudó su brazo en la presencia de todo su pueblo. La división del mar y el que se secara el río se hallan en un intervalo de cuarenta años, debido a que son las escenas inicial y final de un gran suceso.



Podemos, pues, unir por la fe nuestro nuevo nacimiento y nuestra partida del mundo hacia la herencia prometida, porque el Dios que nos sacó del Egipto de nuestra servidumbre bajo el pecado también nos hará atravesar el Jordán de la muerte de nuestros peregrinajes en el desierto de esta vida cambiante y atribulada. Es todo ello una misma liberación, y el comienzo asegura su término. C. H. S.



Y ahora había llegado el día glorioso en que, por un milagro portentoso, Jehová había determinado mostrar que podía quitar todo obstáculo en el camino de su pueblo y someter a todo enemigo delante de su faz. Por orden suya, el pueblo, que llegaría a unos dos millones y medio de personas (aproximadamente el número de los que habían cruzado el Mar Rojo a pie) habían llegado a las orillas del río tres días antes, y ahora esperaban la señal para cruzar la corriente.



En todo tiempo el pasaje del río por una multitud tal, con las mujeres y los niños, los rebaños y el bagaje, habría presentado dificultades formidables; pero ahora el cauce estaba lleno, crecido como un torrente impetuoso, cuyas orillas rebosaban a cada lado, probablemente extendiéndose casi a una milla de anchura; sin contar las mismas huestes cananeas, que podía esperarse que se presentarían en cualquier momento para exterminar a la multitud invasora, antes de que pudieran alcanzar la> otra orilla. Con todo, estas dificultades no contaban para nada ante El, el Omnipotente, y sólo sirvieron para hacer resaltar más el efecto del milagro estupendo que iba a ocurrir.



A la orden de Jehová, los sacerdotes, llevando el arca del pacto, el símbolo sagrado de la presencia divina, emprendieron la marcha y pasaron en un trayecto de más de media milla por delante del pueblo, al cual se le había prohibido acercarse. Así quedó manifiesto que Jehová no necesitaba protección de Israel, sino que era su guarda y guía, puesto que los sacerdotes no iban armados, y no temían separarse de los ejércitos israelitas y aventurarse con el arca en el río a la vista de sus enemigos.



El pasaje de este río rápido y profundo, hace notar el Dr. Hales, «en la estación más desfavorable, era milagroso de modo manifiesto, más aún, si es posible, que el del Mar Rojo; puesto que aquí no había elemento natural empleado; ni un viento poderoso que barriera las aguas como en el caso anterior; ni el reflujo de la marea, si es que ocurrió y que mencionan los filósofos para disminuir la importancia de aquel milagro.



Parece, pues, que fue designado providencialmente para acallar objeciones respecto al anterior; era al mediodía, a la luz del sol, y en presencia, indudable, de los habitantes del territorio circundante, algo que aterrorizó a los reyes de los cananeos y amoritas al oeste del río. Philip Henry Gosse



Las aguas conocen a su Amo; el Jordán, que fluía a rebosar cuando Cristo entró en él para ser bautizado, ahora cede camino cuando el mismo Dios tiene que pasarlo en el arca; entonces había uso para el agua; ahora para la arena. No se dice nada de que se golpeara el agua con una vara; la presencia del arca del Señor Dios, Señor de todo el mundo, es una señal suficiente para estas aguas que, ahora, se echan atrás y no se atreven ni a mojar los pies de los sacerdotes que la llevaban.



¡Qué obedientes son todas las criaturas ante el Dios que las ha hecho! ¡Qué glorioso es el Dios a quien servimos; a quien los poderes de los cielos y los elementos se someten de buen grado, y alegremente aceptan el carácter y la naturaleza que Él les da! Abraham Wright



Vers. 4-6. Cuando Cristo desciende al alma en la obra de conversión, ¡qué fuerza despliega' Las fortalezas del pecado son expugnadas; todo lo que se exalta a sí mismo contra el conocimiento de Cristo es puesto en cautividad a la obediencia de su cetro (2! Corintios 10:4, 5). Se echa a los demonios de las posesiones que habían retenido durante años sin la menos interrupción. Lo mismo hace Cristo en la conversión de un pecador. El Jordán retrocede, todo el curso del alma se altera, las montañas saltan como carneros. Hay muchas montanas en el alma de un pecador, como el orgullo, la incredulidad, el engreimiento, el ateísmo, la liviandad, etc. Estas montañas son arrancadas de cuajo en el momento en que Cristo empieza la obra de la conversión. Ralph Robinson



Vers. 5. ¿Qué te pasó oh mar que huiste? ¿Estabas asustado? ¿Por qué falló tu fuerza 'Se secó tu propio corazón? «¿Qué mal tenias tú, oh mar, que huiste» Tú eras vecino al poder de Faraón, pero no temías a sus huestes; el viento tempestuoso nunca prevaleció contra ti de modo que fueras dividido en dos; pero cuando el Señor había de pasar a través de tus muchas aguas, te asustaste y huiste delante de El. C. H. S.



Vers. 6. Oh montes ¿por qué saltasteis como corderos, y vosotros, collados, como corderitos? ¿Qué os dolía que os movíais así.



Sólo hay una respuesta: la majestad de Dios os hacía saltar. Una mente de gracia va a reprobar a la naturaleza humana por esta extraña insensibilidad, cuando el mar y el río, los montes y los collados son tan sensibles a la presencia de Dios



El hombre está dotado de razón e inteligencia, y, con todo, se queda inconmovible ante lo que la creación material contempla con temor. Dios ha llegado más cerca de nosotros de lo que llegó nunca en Sinaí, o en el Jordán, porque ha asumido nuestra naturaleza, y, sin embargo, la masa de la humanidad no retrocede de sus pecados ni avanza por los caminos de la obediencia. C. H. S.



Vers. 7. A la presencia de Jehová tiembla la tierra. «Está en dolores», como una mujer de parto; porque si el dar la ley produce estos terribles efectos, ¿cuál será el resultado de quebrantarla? John Trapp



Vers. 8. La peña en están que de aguas. Nuestra liberación del yugo del pecado es vívidamente tipificada por la salida de Israel de Egipto y también por la victoria de nuestro Señor sobre los poderes de la muerte y el infierno. El Exodo, pues, debería ser recordado sinceramente por los corazones cristianos.



¿No habló Moisés a nuestro Señor, en el Monte de la Transfiguración, de «su salida» que El había de llevar a cabo al poco a Jerusalén; y no está escrito de las huestes celestiales que cantan el cántico de Moisés, siervo de Dios y del Cordero? ¿No esperamos nosotros otra venida del Señor, cuando a la vista de su rostro los cielos y la tierra huirán y no habrá más mar?



Nos unimos, pues, a los cantores alrededor de la mesa de Pascua y pronunciamos nuestra Hallel, porque también nosotros hemos sido sacados del yugo de servidumbre y llevados como un rebaño a través del desierto, donde el Señor suplió nuestras necesidades con mana celestial y con agua de la Roca de los siglos. Alabado sea el Señor. C. H. S.



La notable peña en el Sinaí que la tradición considera que fue golpeada por Moisés, por lo menos ha sido bien escogida con miras a su situación, sea cual sea la opinión que tengamos de la verdad de esta tradición, que al parecer los viajeros más tardíos consideran con mas respeto que los anteriores.



Es una masa de granito aislada, de casi veinte pies en cuadro y en altura, cuya base se halla hundida en la tierra; no sabemos hasta qué profundidad. En la cara anterior de la roca hay cierto número de grietas horizontales, a distancias distintas una de otra; algunas cerca de su parte superior; otras a poca distancia del suelo.



Un viajero norteamericano dice: «El color y la apariencia de conjunto de la roca es tal que, si se la viera en otro punto, al margen de toda tradición, nadie vacilaría en creer que las grietas las había producido el agua saliendo de ellas. Creo que sería en extremo difícil la formación de una grieta así artificialmente.



No es menos difícil creer que una fuente natural manara a la altura de doce pies desde la superficie de una roca aislada.



Creyendo que el agua salió de una roca de esta montaña, como creo yo, no veo nada increíble en la opinión de que ésta es la roca precisa, y que estas grietas y otras apariencias deben ser consideradas como evidencias del hecho. C. H. S.



Si la peña cambió en estanque de aguas y en manantial de aguas la roca, ¿no se humedecerán por lo menos nuestros ojos, si no brota de ellos una fuente de lágrimas, al considerar nuestra propia miseria y las misericordias inefables de Dios al librarnos del mal? Oh Señor, toca Tú los montes y que humeen; toca nuestros labios con una brasa de tu altar, y de nuestra boca brotará tu alabanza. Golpea, Señor, nuestros corazones duros como pedernal, con el martillo de tu Palabra, y ablándalos con las gotas de tu misericordia y el rocío de tu Espíritu; hazlos humildes, tiernos, de carne, circuncidados, blandos, obedientes, nuevos, limpios, quebrantados, y luego «un corazón contrito y humillado no despreciarás Tú, oh Dios». John Boys



Mientras describía el viaje de Israel saliendo de Egipto y añadía la presencia divina entre ellos, percibí una hermosura en este Salmo que era enteramente desconocida para mí, y que iba a perder; y es que el poeta esconde del todo la presencia de Dios al principio del mismo, y más bien deja que se haga cargo de ella un vocablo posesivo, no un sustantivo, y no menciona la divinidad. «Judá fue su santuario, e Israel su dominio», o reino.



La razón me parece ahora evidente, y que este proceder es necesario; porque si Dios hubiera aparecido antes, no habría habido asombro al ver los montes saltando y el mar retirándose; por lo que para que esta convulsión de la naturaleza pueda ser presentada con sorpresa, su nombre no es mencionado hasta después; y entonces, con un giro agradable del pensamiento, Dios es introducido súbitamente con toda su majestad. Isaac Watts



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