Charles Spurgeon Collection: Spurgeon - C.H. - Tesoro de David (Treasury of David): 115 Salmo 115

Online Resource Library

Commentary Index | Return to PrayerRequest.com | Download

Charles Spurgeon Collection: Spurgeon - C.H. - Tesoro de David (Treasury of David): 115 Salmo 115



TOPIC: Spurgeon - C.H. - Tesoro de David (Treasury of David) (Other Topics in this Collection)
SUBJECT: 115 Salmo 115

Other Subjects in this Topic:

SALMO 115



En el Salmo anterior se cuentan las maravillas pasadas que Dios había obrado en honor su yo; en el presente se le ruega que se glorifique El mismo otra vez, porque los paganos estaban presumiendo por la ausencia de milagros, y negaban rotundamente los milagros de las épocas anteriores, e insultaban al pueblo de Dios con la pregunta: «¿Dónde está ahora vuestro Dios?»



Contristaba el corazón de los piadosos el que Jehová fuera menospreciado así, y, considerando que su situación presente de reproche no es digna de ser tenida en cuenta, suplican al Señor que por lo menos reivindique su propio nombre. El Salmista está, evidentemente, indignado de que los adoradores de ídolos puedan hacer una pregunta tan insultante al pueblo que daba culto al único Dios vivo y verdadero; y habiendo expresado su indignación con sarcasmos sobre las imágenes y sus hacedores, sigue exhortando a la casa de Israel a confiar en Dios y a bendecir su nombre.



Vers. 1. No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria El pueblo, indudablemente, deseaba alivio de los insultos despectivos de los idólatras, pero su principal deseo era que Jehová mismo no tolerara por más tiempo los insultos de los paganos. Lo más triste de esta tribulación es que su Dios ya no era temido por sus adversarios. Cuando Israel entró en Canaán, se extendió el pánico entre la población de los alrededores, porque Jehová era un Dios poderoso; pero este temor ya se 10 habían sacudido las naciones, puesto que hacía tiempo que no se había presenciado ningún despliegue del poder milagroso.



La repetición de las palabras «No a nosotros», parece indicar un deseo muy intenso de renunciar a la gloria que habrían podido atribuir a sí mismos, y expresa de modo vehemente el deseo de que Dios, a toda costa, engrandezca su nombre. En aquellos tiempos, en que las primeras victorias del evangelio eran recordadas como historias de un pasado remoto y vago, es comprensible que los escépticos tendieran a jactarse de que el evangelio había perdido su fuerza inicial y, por ello, se atrevían a ultrajar el nombre de Dios mismo. Por tanto, nosotros tenemos derecho a suplicar la intervención divina, para que la mancha aparente sea quitada del blasón suyo, y que su propia Palabra resplandezca gloriosamente como en los días de antaño. No deseamos el triunfo para nuestras opiniones, ni por amor a nosotros mismos, ni por honor a una secta, sino que confiadamente oramos pidiendo el triunfo de la verdad para que Dios mismo pueda ser honrado. C. H. S.



El Salmista, con su repetición, da a entender nuestra tendencia natural a la auto idolatría y a exaltarnos a nosotros mismos, y la dificultad de limpiar nuestros corazones de este egocentrismo.



Si es Angélico rehusar la gloria indebida robada al trono de Dios (Apocalipsis 22:8, 9), es diabólico el aceptarla y acariciarla. «El buscar nuestra propia gloria no es gloria» (Proverbios 25:27). Es vil y una deshonra para la criatura el darle lo que, por la ley de la creación, debe ser dirigido a otro punto. Todo lo que sacrificamos ante nuestro propio altar, para nuestro crédito, a la habilidad de nuestras manos, sagacidad o ingenio, lo quitamos de Dios. Stephen Charnock



Si pudiéramos ver el cielo abierto -si pudiéramos oír sus aleluyas gozosos y gloriosos- podríamos ver la innumerable compañía de ángeles, y la de santos glorificados, cuando lanzan sus coronas ante el trono, y oiríamos cuando el coro universal proclama: «No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia y por amor a tu verdad.» Barton Bouchier



Vers. 2. ¿Por qué han de decir las gentes: Dónde está ahora su Dios? O más literalmente: «¿Dónde, por favor, está su Dios?» ¿Por qué ha de ser permitido a las naciones desdeñar con burla la cuestión de la existencia, misericordia y fidelidad de Jehová? Siempre están dispuestos a blasfemar. En nuestro propio caso, debido a nuestra tibieza y descuido de la predicación fiel del evangelio, hemos permitido que se levante y extienda la duda moderna, y nos vemos obligados a confesarlo con profunda pena en el alma; con todo, no tenemos por qué desalentarnos, sino suplicar a Dios que salve su propia verdad y gracia del desprecio de los hombres del mundo. ¿Por qué han de poder los supuestos sabios de hoy poder decir que dudan de la existencia de la persona de Dios? ¿Por qué han de poder decir que la respuesta a la oración es una ilusión piadosa y que la resurrección y deidad de nuestro Señor Jesús son cuestiones imposibles de demostrar?



¿Por qué han de poder hablar despectivamente de la expiación por la sangre y por precio, y rechazar de plano la doctrina de la ira de Dios contra el pecado, y aun la ira que arde para siempre jamás? Hablan con altanería extrema, y sólo Dios puede detener sus arrogancias; procuremos por medio de una intercesión extraordinaria prevalecer sobre Dios para que se interponga, dando a su evangelio una reivindicación tan triunfante que ponga en silencio total a la perversa oposición de los inicuos. C. H. S.



Vers 3. Nuestro Dios está en los cielos. Es donde debe estar; por encima del alcance de las burlas de los hombres, oyendo todas sus fanfarronerías, pero mirando hacia abajo con el mismo silencio con que contemplaba a los que hacían la torre de Babel.



Una vez desafiaron a su Hijo a que descendiera de la cruz, diciendo que, silo hiciera, creerían en El; ahora quisieran que Dios sobrepasara los límites ordinarios de su providencia y descendiera de los cielos para convencerlos; pero hay otras cosas que ocupan su mente augusta, aparte de convencer a los que voluntariamente cierran sus ojos a las superabundantes evidencias de su poder y divinidad, que les rodean por todas partes. C. H. S.



Vers. 3. Todo lo que quiso ha hecho. Bien podemos soportar la burla «¿Dónde está ahora su Dios?» en tanto que estamos perfecta-mente seguros de que su providencia no queda alterada, su trono es inconmovible y sus propósitos intactos. Lo que ha hecho, seguirá haciéndolo, su consejo permanecerá, y El hará todo lo que le plazca, y, al fin del gran drama de la historia humana, la omnipotencia de Dios y su inmutabilidad y su fidelidad quedarán más que vindicadas para confusión eterna de sus adversarios. C. H. S.



Vers. 4. Los ídolos de ellos son plata y oro. Son de metal, piedra o madera. Son hechos, en general, en forma de hombre, pero no pueden ni oler, ni oír, ni ver, ni sentir, andar o hablar. ¡ Qué embrutecimiento es el confiar en ellos! Y luego sigue, en necedad y locura, el esperar que resulte bien alguno de ellos, para los mismos que los han formado.



Tan evidentemente vano era todo el sistema de la idolatría, que los más serios de los paganos lo ridiculizaban, y era el objeto de las burlas de los librepensadores y bufones. ¡Qué agudas son las palabras de Juvenal: «¿Oyes, oh Júpiter, estas cosas? No mueves los labios cuando deberías hablar, tanto si eres de mármol como de bronce. O, ¿por qué ponemos el sagrado incienso en tu altar de un papel abierto, y el extracto de hígado de becerro, o el blanco omento de un cerdo? A lo que me parece, no hay diferencia entre tu estatua y la de Batilo»! (Sat. 13:113).



Esta ironía se verá más clara al saber que Batilo era un músico cuya imagen, por orden de Polícrates, fue erigida en el templo de Juno en Samos. Adam Clarke



Los idólatras alegan en favor de sus ídolos que no intentan otra cosa que representar a sus dioses, y defienden que tienen con ello un sentido superior de su presencia. El Espíritu, sin embargo, no permite esta excusa y trata a sus imágenes como los verdaderos dioses que adoran. Los dioses que dicen representar no existen en realidad y, por tanto, su adoración es vana y necia.

¿No hemos de decir lo mismo de la supuesta adoración de muchos en nuestros días, que acumulan ritos y ceremonias, y símbolos expresivos, o se fraguan en su imaginación un dios distinto del de la revelación? W. Wilson

Vers. 4-7. El emperador Teodosio dio orden de derribar un templo pagano, y Teófilo, el obispo, ayudado por los soldados, se apresuró a ascender los peldaños y entró en el templo. A la vista de la imagen, durante un momento los soldados vacilaron, aunque eran cristianos. El obispo ordenó a un soldado que golpeara sin vacilación. Con su hacha dio un golpe a la rodilla de la estatua.



Todos esperaban con emoción, pero no hubo muestras de ira divina. Los soldados se encaramaron a la cabeza y la destruyeron a golpes. Rodó sobre el suelo hecha pedazos. Había en ella una familia de ratas que, perturbadas en su tranquila estancia dentro de la estatua, se desparramaron en todas direcciones por el suelo del templo. El público empezó a reír y siguieron destruyendo con renovado celo. Arrastraron los fragmentos de la estatua por las calles. Incluso los paganos estaban disgustados con dioses que no hacían nada para defenderse. El enorme edificio fue destruido poco a poco, y en su lugar fue construida una iglesia cristiana. Había aún algo de temor entre el pueblo cuando el Nilo mostraba su desagrado al demorarse la inundación regular. Pero, al poco, el río ascendió más que de costumbre y toda ansiedad desapareció. Andrew Reed



Vers. 4-8. Teodoreto nos dice que santa Publia, la anciana abadesa de un convento de monjas en Antioquía, cuando Juliano pasó en una procesión idólatra, cantó el Salmo: «Sus ídolos son plata y oro, la obra de sus manos... Los que los hacen son como ellos. Y lo mismo todo el que confía en ellos»; y dice que el emperador, enojado, hizo que sus soldados la abofetearan hasta sangrar, incapaz de resistir la punzada del antiguo canto hebreo. Neale Y Littledale



Vers. 5. Tienen ojos, mas no ven. No pueden decir quiénes son sus adoradores ni lo que les ofrecen. Ciertos ídolos tienen joyas como ojos, más valiosos que el rescate de un rey, pero son tan ciegos como el resto. Un dios que tiene ojos y no puede ver es un dios ciego; y la ceguera es una calamidad, no un atributo de la deidad. Tiene que ser ciego el que adora a un dios ciego; un ciego nos causa lástima; es extraño adorar a una imagen ciega. C. H. S.



Vers. 6. Orejas tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no huelen. El Salmista parece acumular estas frases con el mismo espíritu sardónico de Elías, que decía: «Gritad en alta voz, porque es dios; quizás está hablando, u ocupado en un negocio, o de viaje; quizá duerme y tenéis que despertarle.» C. H. S.



Sócrates, en desprecio de los dioses paganos, juró por una cabra, un roble y un perro, diciendo que éstos eran mejores dioses que los otros. John Trapp



Vers. 7. Manos tienen, mas no palpan; pies, mas no andan. Tienen que ser levantados en sus peanas, o no llegarían a ellas; tienen que ser amarrados a sus nichos, o se caerían; tienen que ser llevados de un sitio a otro, pues no pueden moverse; no pueden acudir a rescatar a sus amigos ni escapar del iconoclasia de sus enemigos. El insecto más vil tiene más poder de locomoción que el más grande de los dioses paganos. C. H. S.



No tiene voz su garganta. No pueden ni pronunciar los sonidos guturales de los animales inferiores, ni un gruñido, ni un berrido, nada. C. H. S.



Vers. 8. Semejantes a ellos serán los que los hacen. Los que hacen las imágenes muestran que son hábiles, y sin duda son hombres con sentidos; pero a la vez muestran gran necedad y son sin sentido, como los ídolos que hacen. Matthew Henry



Cada uno es lo que es su Dios; todo el que sirve al Omnipotente es omnipotente con El; el que exalta la debilidad, creyendo en una idea ilusoria que es su dios, es tan débil como este dios. Este es un elemento preservador contra el temor para los que están seguros de que adoran al verdadero Dios. E. W. Hengstenberg



Y cualquiera que confía en ellos. Los que se han hundido hasta el punto de poder confiar en ídolos han llegado al extremo de la locura y son dignos de tanto desprecio como sus deidades despreciables. Los discursos duros de Lutero eran bien merecidos por los papistas de su tiempo; los trataba de necios y de venerar reliquias deshechas por el tiempo.



El dios del pensamiento moderno se parece en gran manera a las deidades descritas en este Salmo. El panteísmo es en extremo afín al politeísmo, y difiere muy poco del ateísmo. El dios manufacturado por nuestros grandes pensadores es una mera abstracción; no tiene propósitos eternos; no se interpone en favor de su pueblo; no le importan nada los pecados de los hombres, porque ha dado a sus iniciados «una mayor esperanza» por la cual aun los más incorregibles pueden ser restaurados.



Este dios es lo que el último grupo de críticos decide hacer de él; dice lo que ellos deciden que diga; y hará lo que a ellos les plazca prescribir. Que este credo y sus devotos se queden solos, y ellos mismos lo refutarán, porque como este dios ha sido formado según ellos mismos, gradualmente ellos se formarán según su dios. C. H. S.



Vers. 9. Oh Israel, confía en Jehová. No importa las dificultades que tengamos, y, por audaz y blasfemo que sea el lenguaje usado por nuestros enemigos, no temamos ni desmayemos, sino reposemos confiadamente en Aquel que puede reivindicar su propio honor y proteger a sus siervos. C. H. S.



Vers. 12. Jehová se acordó de nosotros; nos bendecirá; bendecirá a la casa de Israel; bendecirá a la casa de Aarón. Su naturaleza es bendecir; su prerrogativa es bendecir; su gloria es bendecir; su deleite es bendecir; Él ha prometido bendecir y, por tanto, podemos estar seguros de esto, que Él bendecirá y bendecirá y bendecirá sin cesar. C. H. S.





Vers. 17. No alabarán los muertos a JAH. El predicador no puede engrandecer al Señor desde su ataúd, ni el obrero cristiano manifestar más el poder de la divina gracia por su actividad diaria cuando yace en el sepulcro.



Ni cuantos descienden al silencio. La tumba no emite voces; de los huesos mohosos y los gusanos que consumen no resuena el ministerio del evangelio ni su gracioso canto. C. H. S.



Vers. 18. Pero nosotros bendeciremos a JAH desde ahora y para siempre. Nosotros que estamos todavía viviendo, procuraremos que las alabanzas a Dios no cesen entre los hijos de los hombres. Nuestras aflicciones y depresiones de espíritu no serán causa de que suspendamos nuestras alabanzas, ni nuestra avanzada edad o más numerosas dolencias disminuirán el ardor de los fuegos celestiales; sí, ni aun la misma muerte podrá hacernos cesar de esta deleitosa ocupación. Los muertos espiritualmente no alaban a Dios, pero la vida dentro de nosotros nos constriñe a hacerlo. C. H. S.



***