Charles Spurgeon Collection: Spurgeon - C.H. - Tesoro de David (Treasury of David): 146 Salmo 146

Online Resource Library

Commentary Index | Return to PrayerRequest.com | Download

Charles Spurgeon Collection: Spurgeon - C.H. - Tesoro de David (Treasury of David): 146 Salmo 146



TOPIC: Spurgeon - C.H. - Tesoro de David (Treasury of David) (Other Topics in this Collection)
SUBJECT: 146 Salmo 146

Other Subjects in this Topic:

SALMO 146



División: Nos hallamos ahora en los «Aleluyas». El resto de nuestro camino transcurre por 105 montes deleitosos. Todo es alabanza al final del libro. La clave es aguda; la música son címbalos que retiñen. ¡Oh si tuviéramos el corazón lleno de gratitud gozosa, para poder correr, saltar y glorificar a Dios como hacen estos Salmos! C. H. S.



Todo el Salmo: Este Salmo da en forma resumida el Evangelio de la confianza. Inculca los elementos de fe, esperanza y acción de gracias. Martín Geier



Vers. 1. Alaba al Señor. La palabra usada aquí es «Aleluya», y es para ser usada constantemente por nosotros, que somos criaturas dependientes y bajo una obligación tan grande respecto al Padre de toda misericordia. Siempre hemos oído que la oración hace grandes maravillas; pero no faltan tampoco ejemplos de que la alabanza se acompaña de sucesos singulares.



Los antiguos bretones, en el año 420, obtuvieron una victoria sobre los ejércitos de los pictos y los sajones, cerca de Mold, en Flintshire. Los bretones, que no estaban armados, tenían a Germánico y a Lupo como jefes. En esto, les atacaron los pictos y los sajones. Los dos jefes bretones, al estilo de Gedeón, ordenaron a sus tropas que gritaran «¡Aleluya!» tres veces, y al oír este sonido el enemigo, entró en pánico, dio media vuelta y, llenos de confusión, dejaron a los bretones dueños del campo. Hay un monumento de piedra que perpetúa el recuerdo de esta «victoria del Aleluya», y creo que aún puede verse en el día de hoy, en un campo cerca de Mold. Charles Buck



Alaba, alma mía, a Jehová. ¡Ven, alma mía, ser mío, mi todo, hazte llama de adoración gozosa! ¡Arriba, hermanos! ¡Elevad vuestros cánticos! «Alabad al Señor.» Pero, ¿cómo puedo yo llamar a los otros y ser negligente yo mismo?



Si hubo jamás un hombre que haya tenido obligación en su vida de bendecir al Señor, yo soy este hombre; por lo cual dejadme poner mi alma en el centro del coro y, luego, que toda mi naturaleza me estimule a la más alta alabanza de amor. «¡Oh si fuera un arpa afinada!» Mejor aún, un corazón santificado. Entonces, si mi voz no fuera muy musical, si careciera de melodía, no obstante, mi alma, sin mi voz, cumpliría mi resolución de engrandecer al Señor. C. H. S.



Vers. 2. Cantaré salmos a mi Dios mientras viva. No voy a vivir para siempre. Esta vida mortal terminará en la muerte; pero mientras dure alabaré al Señor, mi Dios. No puedo decir cuánto va a durar mi vida, pero cada hora de la misma será dedicada a las alabanzas de mi Dios. En tanto que viva le amaré, y en tanto que respire le bendeciré. Es sólo durante un tiempo, y no pasaré este tiempo en la ociosidad, sino consagrándolo al mismo servicio en que me ocuparé en la eternidad. Como nuestra vida es un don de la misericordia de Dios, debe ser usada para su gloria. C. H. S.



Mr. John Janeway, en su lecho de muerte, exclamó: «Venid, ayudadme con alabanzas, pero todo es poco. Venid, ayudadme vosotros ángeles poderosos y gloriosos, que sois tan diestros en la obra celestial de la alabanza! Alabadle, criaturas todas de la tierra; que todo lo que tenga ser me ayude a alabar a Dios. ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!»



«La alabanza es ahora mi tarea, y me ocuparé de esta dulce labor ahora y para siempre. Traedme la Biblia; buscad el libro de los Salmos, y cantemos un Salmo de alabanza. Venid, elevemos nuestras voces en alabanzas al Altísimo. Cantaré con vosotros en tanto que tenga aliento, y cuando no lo tenga, estaré haciéndolo mejor.»



George Carpenter, el mártir de Baviera, cuando algunos de sus piadosos hermanos le pidieron que cuando estuviera ardiendo en la pira les diera alguna señal de constancia, contestó: «Que sea un signo seguro para vosotros de mi fe y perseverancia en la verdad el que, en tanto que pueda abrir la boca, o susurrar, nunca cesaré de alabar a Dios y de profesar su verdad»; y lo hizo, según el autor que consultó; y también lo hicieron muchos otros mártires con él. John Trapp



Cantaré salmos a mi Dios mientras viva.
No tengo ser aparte de mi Dios; por tanto, no intentaré disfrutar de mi ser de otro modo que cantando en honor suyo. Dos veces dice el Salmista: «cantaré»; aquí piensa igual, primero y después. Nunca seremos lo firmes que debemos en mantener la santa resolución de alabar a Dios, porque el fin principal de nuestra vida y ser es que glorifiquemos a Dios y gocemos de El para siempre. C. H. S.



Vers. 3. No confiéis en los príncipes. Shakespeare pone este sentimiento en boca de Wolsey:



¡Oh, qué desgraciado

el hombre que depende del favor del príncipe!

Entre la sonrisa de él, a la que aspira;

aspecto dulce del favor, y su propia ruina,

hay más dolores y temores de los que acumulan

entre sí las guerras y las mujeres.

Y cuando este hombre cae, es como Lucifer:

¡No vuelve a levantarse!



Príncipes.
Los príncipes terrenales son como burbujas que atraen al alma y la desvían de ir en pos del premio eterno. Los mismos príncipes han afirmado que su principado constituye su mayor peligro. El papa Pío V, dijo: «Cuando era un monje, tenía esperanza de mi salvación; cuando llegué a cardenal, empecé a temer el perderla; pero cuando he sido hecho papa, he empezado a desesperar de la eternidad.»Thomas Le Bi.Anc



Ni en hijo de hombre, porque no hay en él poder para salvar. No hay ninguno en que se pueda confiar, ni uno. Adán cayó; por tanto, no te apoyes en sus hijos. El hombre es una criatura inerme sin Dios; por tanto, no mires en esta dirección. Todos los hombres son como los pocos que llevan el título de príncipes: son más en la apariencia que en la realidad, más en prometer que en ejecutar; más aptos para ayudarse a sí mismos que para ayudar a otros.



¡Cuántos hay que han regresado abatidos después de ir a ver a hombres en los cuales habían confiado! Nunca ocurrió un caso semejante a un creyente en el Señor. El es una ayuda verdadera en tiempo de tribulación. En el hombre no hay ayuda en tiempos de depresión mental, en el día de la desolación, en la noche de la convicción de pecado o en la hora de la muerte. ¡Qué horror que cuando estemos en mayor necesidad oigamos estas negras palabras: «No hay ayuda»! C. H. S.



Vers. 4. Pues expira, y vuelve a la tierra. Hemos de esforzarnos por echar el mundo fuera de nosotros; no podemos sacarnos nosotros del mundo. San Pablo, aunque deseaba partir, no podía acelerar el día; Dios es el que ha de separar lo que está unido; Dios da, y Dios quita; y si Dios dice, como dijo a Lázaro, Exi foras: «sal fuera», hemos de resignarnos y ponerlo todo en las manos de Dios. Cuando Dios nos envía un yugo, lo más sabio que puede hacer el hombre es poner la cerviz de buena gana para recibirlo. Cuando nuestro gran Capitán nos llama, hemos de aceptar de buen grado la llamada.



En este mismo día perecen sus proyectos. A la hora de la muerte, el hombre ve que todos sus pensamientos que no habían sido dedicados a Dios son sin fruto. Todo pensamiento mundano, vano, en el día de la muerte perece y termina en nada. ¿De qué beneficio nos será en aquel momento el mundo entero? Los que han disipado su vida en fruslerías se darán cuenta, con dolor, que han obrado neciamente.



Un capitán escita que por un vaso de agua cedió una ciudad, exclamó: «¡Qué he perdido! ¡Qué traición he cometido!» Así será con el hombre que al llegar el momento de morir vea que ha dedicado todas sus meditaciones al mundo. Dirá: «¡Qué he perdido! ¡Qué traición he cometido! He perdido el cielo, he traicionado a mi alma.» ¿No debería esto fijar nuestras mentes en los pensamientos de Dios y de la gloria? Todas las otras meditaciones son infructuosas; como el terreno en el que se ha gastado mucho dinero, pero no produce cosecha alguna. Thomas Manton



Sus pensamientos. El confiar en el hombre es como apoyarse en un montón de polvo en vez de hacerlo en una columna. El elemento más orgulloso del hombre es su pensamiento. En los pensamientos de su corazón se eleva muy alto; pero he aquí que aun sus pensamientos altivos, dice el Salmista, serán degradados y perecerán en el polvo del cual proceden. ¡Pobre orgullo perecedero! ¿Quién confiará en él? Johannes Paui.Us Pai.anterius



Vers. 7. Que hace justicia a los agraviados. ¿Somos calumniados? ¿Nos niegan nuestros derechos? Consolémonos; el que ocupa el trono no vacilará un momento en ejecutar juicio a favor nuestro. C. H. S.



Que da pan a los hambrientos. Esto mismo nos dice que El no siempre es tan indulgente con los suyos que los llena de abundancia, sino que de vez en cuando les retira su bendición, para que pueda socorrerlos cuando se vean reducidos al hambre. Si el Salmista hubiera dicho que Dios alimentó a su pueblo con abundancia y los mimó, ¿no se habrían desanimado inmediatamente los que están en necesidad o pasan hambre? La bondad de Dios, por tanto, ha de ser extendida aún más para alimentar a los hambrientos. Juan Calvino



El Señor liberta a los cautivos. Así se manifiesta de modo claro que los que están bajo una enfermedad o invalidez, etc., y que están «atados por Satanás» (Lucas 13:16), son desatados por Cristo (vers. 12): «Mujer, eres desatada de tu enfermedad»; y se enderezó al instante. El que fuera «enderezada» era el ser desatada de sus ligaduras o amarras o cárcel.



Y en esta licencia poética o expresión profética, el soltar el Señor los presos comprende aquí el hacer andar al cojo, curar al leproso, hacer oír al sordo, sí, y el levantar a los muertos; porque todos ellos están atados, y así, cuando se les restaura, se puede decir de ellos como se dijo a Lázaro con respecto al sudario: «Desatadlo, y dejadle ir.» Henry Hammond



Vers. 7, 8. No hemos de seguir adelante sin hacer notar que el nombre de Jehová se repite aquí cinco veces en cinco líneas, para dar a entender que es el poder del Todopoderoso, el de Jehová, el que se ocupa y esfuerza en aliviar la suerte de los oprimidos; y que es tanto una manifestación de la gloria de Dios el socorrer a los que están en la miseria, como el cabalgar en los cielos, según leemos en el Salmo 68:4. Matthew Henry



Vers. 8. Jehová abre los ojos a los ciegos. Jesús lo hizo con frecuencia, y por medio de ello mostró que El mismo era Jehová. El que hizo el ojo puede abrirlo; cuando lo hace, es para su gloria. ¡Con qué frecuencia se cierra el ojo mental en la noche moral! Y ¿quién puede eliminar este efecto penoso de la caída sino el Dios Todopoderoso? C. H. S.



Los ciegos. Volney notó ya el gran número de ciegos que se pueden ver en las calles de El Cairo y Alejandría. «Andando por las calles de El Cairo», dice, «de cada cien personas que encontré, por lo menos veinte eran ciegas; dieciocho, tuertas; y otras veinte tenían los ojos enrojecidos, purulentos o manchados. Muchos llevaban vendas, indicando que padecían de oftalmía o se recobraban de ella.»



La oftalmía es, en realidad, una de las plagas de Egipto, como saben los médicos. El que prevalezca tanto ha de atribuirse a la gran cantidad de arena que el viento hace entrar en los ojos; pero uno puede entender que en los países orientales en general el calor excesivo del sol ha de hacer la ceguera mucho más común que entre nosotros.



No es sorprendente, pues, para uno que conozca el Oriente, ver que los ciegos son mencionados con tanta frecuencia en la historia del Evangelio y que se hallen tantas alusiones a esta enfermedad en la Escritura. De las veinte maldiciones de los levitas, hay una contra el que «hace salir de su camino al ciego» (Deuteronomio 27:18). «El Espíritu de Dios me ha ungido», dice Jesús citando a Isaías, «para predicar el Evangelio a los pobres, y devolver la vista a los ciegos» (Lucas 4:18). «El Señor», dice David, «pone en libertad al cautivo; abre los ojos a los ciegos». Felix Bovet



Vers. 9. Trastorna el camino de los impíos. Todas las diez cláusulas que preceden levantan al santo, paso a paso, cada vez más alto. De repente, como Satanás cuando cae del cielo cual rayo, los inicuos se ven lanzados desde la cumbre de la soberbia a las profundidades del infierno. Johannes Paulus Palanterius



Una ilustración notable de la locura de no contar con Dios en los planes que uno hace es el curso de William M. Tweed, cuya muerte ha sido anunciada recientemente. Aquí tenemos a un hombre que buscaba riquezas y poder, y que durante un tiempo parecía tener éxito en su empresa.



Al parecer no se proponía obedecer a Dios o vivir para la vida venidera. Lo que quería era prosperidad en este mundo. Creía que la tenía. Había ido al Congreso. Recogido millones. Controlaba los intereses materiales de la metrópolis de este país. Abiertamente desafió ~ sentimiento público y a los tribunales de justicia en la prosecución de sus planes. Era un ejemplo pernicioso de un hombre que estaba triunfando por medio de la villanía. Pero la promesa de prosperidad verdadera para la vida presente es sólo para los piadosos.



Cuando William M. Tweed estaba muriendo en la cárcel de la ciudad que antes regía, su confesión de amargo desengaño fue: «Mi vida ha sido un fracaso en todo. No hay nada de lo que me sienta orgulloso.» Si algún joven quiere llegar a un fin semejante, el camino es simple. «El gran Dios que formó todas las cosas retribuye al necio y a los transgresores.» «El camino de los impíos es trastornado.» American Sunday School Times



Vers. 10. Alabad al Señor. Una vez más dice: «Aleluya». De nuevo surge el dulce perfume de los frascos de alabastro llenos de fragancia.



¿No estamos preparados nosotros también para prorrumpir en cánticos sagrados? ¿No diremos también nosotros «Aleluya»? Aquí termina este hermoso y alegre Salmo, pero no termina la alabanza al Señor, que ascenderá para siempre jamás. Amén. C. H. S.



***