Charles Spurgeon Collection: Spurgeon - C.H. - Sermones (Sermons, True Essence of the livening): 0034 Predicar el Evangelio

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Charles Spurgeon Collection: Spurgeon - C.H. - Sermones (Sermons, True Essence of the livening): 0034 Predicar el Evangelio



TOPIC: Spurgeon - C.H. - Sermones (Sermons, True Essence of the livening) (Other Topics in this Collection)
SUBJECT: 0034 Predicar el Evangelio

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El Púlpito de la Capilla New Park Street

Predicar el Evangelio



NO. 34

Sermón predicado el Domingo 5 de Agosto, 1855

por Charles Haddon Spurgeon

En la Capilla New Park Street.

"Porque si anuncio el evangelio, no tengo de qué jactarme, porque me es impuesta necesidad; pues ¡ay de mí si no anuncio el evangelio!" --- 1 Corintios 9:16

        

Sermones

El hombre más grande de los tiempos apostólicos fue el apóstol Pablo. Él siempre fue grande en todo. Si se le considera como pecador, él fue en extremo pecador; si se le ve como perseguidor, él odiaba en extremo a los cristianos, y los perseguía hasta ciudades lejanas; si se le toma como convertido, su conversión fue la más notable de todas las que hayamos leído, llevada a cabo por medio de un poder milagroso, y por la voz misma de Jesús que le habló desde el cielo -"Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?"-Si lo tomamos simplemente como cristiano, vemos que fue extraordinario, que amó a su Maestro más que otros, y buscaba mostrar, mas que todos los demás, la gracia de Dios en su vida. Pero si lo consideramos como un apóstol, y como un predicador de la Palabra, sobresale de manera eminente como príncipe de los predicadores, que predicaba a reyes-ya que predicó ante Agripa, y ante el Emperador Nerón-estuvo frente a emperadores y reyes por causa del nombre de Cristo. Era característica de Pablo que cualquier cosa que hiciera, la hacía con todo su corazón. Era del tipo de personas que no podía desempeñar una función a medias, ejercitando una parte de su cuerpo y dejando que la otra parte permaneciera indolente; sino que, cuando se ponía a trabajar, absolutamente todas sus energías-cada nervio, cada tendón-eran utilizadas al máximo en el trabajo que tenía que hacer, ya fuera trabajo del malo o del bueno. Pablo, por tanto, podía hablar con toda la experiencia en lo tocante a su ministerio; puesto que él fue el mayor de los ministros. Todo lo que dice es importante; todo nos llega de lo profundo de su alma. Y podemos estar seguros que cuando escribió ésto, lo escribió con mano firme-"Si anuncio el evangelio, no tengo de qué jactarme, porque me es impuesta necesidad; pues ¡ay de mí si no anuncio el evangelio!"



Ahora bien, estoy convencido que estas palabras de Pablo son aplicables a muchos ministros en nuestros días; a todos aquellos que tienen un llamado especial, que son guiados por el impulso interno del Espíritu Santo a ocupar la función de ministros del evangelio. Al considerar este versículo, responderemos a tres preguntas el día de hoy: --Primero, ¿qué es predicar el evangelio? En segundo lugar, ¿por qué el ministro no tiene nada de qué jactarse? Y en tercer lugar, ¿cuál es esa necesidad y esa preocupación involucradas en el versículo: "Porque me es impuesta necesidad; pues ¡ay de mí si no anuncio el evangelio!"



I. La primera pregunta es: ¿Qué es predicar el evangelio? Hay muchas respuestas para esta pregunta, y posiblemente aquí mismo, en mi audiencia (aunque yo creo que somos muy uniformes en nuestras convicciones doctrinales) pueden hallarse dos o hasta tres respuestas rápidamente disponibles a esta pregunta: ¿Qué es predicar el evangelio? Intentaré, por tanto, responderla yo mismo de conformidad a mi propio juicio, con la ayuda de Dios; y si sucede que no es la respuesta correcta, están ustedes en completa libertad de encontrar una mejor respuesta mediante su propio discernimiento.



1. La primera respuesta que daré a la pregunta es esta: Predicar el evangelio es exponer cada doctrina contenida en la Palabra de Dios, y dar a cada verdad su propia importancia. Los hombres pueden predicar una parte del evangelio; pueden predicar únicamente una sola doctrina del evangelio; y yo no diría que un hombre no predica en absoluto el evangelio si solo sostuviera la doctrina de la justificación por la fe -"Porque por gracia sois salvos por medio de la fe." Yo lo consideraría un ministro del evangelio, pero es alguien que no predica todo el evangelio. No puede afirmarse que un hombre predica el evangelio completo de Dios si hace a un lado, a sabiendas e intencionalmente, una sola verdad de nuestro bendito Dios. Este comentario mío debe ser muy punzante y estallar en las conciencias de muchas personas, que, casi como un asunto de principios, no comparten ciertas verdades con la gente debido a que temen esas verdades. En una reciente conversación, hace un par de semanas, con un eminente creyente, me decía: "señor, sabemos que no debemos predicar la doctrina de la elección, ya que no tiene la capacidad de convertir a los pecadores." Yo le respondí: "¿pero quién se atreve a identificar fallas en la verdad de Dios? Usted está de acuerdo conmigo, que la elección es una verdad, y sin embargo usted afirma que no debe de predicarse. Yo no me atrevería a afirmar algo así. Yo considero que es una arrogancia suprema atreverse a decir que una doctrina no debe de predicarse, cuando Dios en su suprema sabiduría ha querido revelarla a los hombres. Yo además me preguntaría: ¿el fin de todo el evangelio es convertir a los pecadores? Hay ciertas verdades que Dios bendice para conversión de los pecadores; pero, ¿acaso no hay otras verdades destinadas a traer consuelo a los santos? y ¿no deberían estas verdades ser objeto del ministerio de la predicación, igual que las demás? ¿debo tomar en cuenta unas y descartar a las otras? No: si Dios dice: "¡Consolad, consolad a mi pueblo!" si la elección consuela al pueblo de Dios, entonces debo de predicarla. Sin embargo, no estoy tan convencido que la doctrina de la elección no pueda convertir pecadores. El gran Jonathan Edwards nos dice que, en el momento culminante de uno de sus avivamientos, predicaba acerca de la soberanía de Dios tanto en la salvación como en la condenación del hombre y mostraba que Dios era ¡infinitamente justo si enviaba a los hombres al infierno! que Él era infinitamente misericordioso si salvaba a algunos; y que todo provenía de su libre gracia soberana; y decía: "No he encontrado ninguna otra doctrina que promueva tanta reflexión: nada encuentra un mejor camino al corazón del hombre que la predicación de esta verdad." Lo mismo puede decirse de otras doctrinas. Hay ciertas verdades en la palabra de Dios que están condenadas al silencio; porque, en verdad, no deben de expresarse, ya que, de acuerdo a las teorías que ciertas personas tienen de estas doctrinas, no están orientadas a promover ciertos fines. Pero, ¿nos corresponde a nosotros juzgar la verdad de Dios? ¿Debemos poner sus palabras en la balanza, y decir: "Esto es bueno y esto es malo?" ¿Debemos tomar la Biblia y amputarla y decir: "Esto es paja y esto es grano?" ¿Debemos deshacernos de alguna de las verdades diciendo: "no me atrevo a predicarla?" No: Dios no lo quiera. Cualquier cosa que está escrita en la Palabra de Dios está escrita para instrucción nuestra: y toda ella es útil, ya sea para reprensión o para consuelo, o para la instrucción en justicia. Ninguna verdad de la Palabra de Dios debe de ocultarse sino que cada porción de ella debe de predicarse según su propio sentido.



Algunos hombres se limitan intencionalmente a cuatro o cinco tópicos que predican de manera continua. Si te aventuras a entrar a sus iglesias, naturalmente esperarás oírlos predicar sobre este versículo: "Ni de la voluntad de la carne, sino de Dios"; o, si no, sobre éste otro: "Elegidos conforme al previo conocimiento de Dios Padre". Ustedes saben muy bien que al entrar a esas iglesias escucharán únicamente acerca de la elección y que todo proviene de Dios. Esos individuos se equivocan, tanto como los otros, dando demasiada importancia a una verdad y olvidando las demás. Cualquier cosa que deba predicarse, llámenla con el nombre que quieran-la Biblia, toda la Biblia y nada mas que la Biblia, es la norma del verdadero cristiano. Desgraciadamente, muchos forjan un círculo de hierro alrededor de sus doctrinas, y cualquiera que ose dar un paso mas allá de ese pequeño círculo, no es considerado como poseedor de sana doctrina. En ese caso, ¡Dios bendiga a los herejes! Señor ¡envíanos más herejes! Muchos convierten a la teología en una especie de cilindro que contiene cinco doctrinas que rotan de manera indefinida; nunca se aventuran a otros temas. Debe de predicarse toda la verdad. Y si Dios ha escrito en su palabra "El que no cree ya ha sido condenado", eso debe de predicarse tanto como "Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús". Si leo: "Oh Israel, tu te has destruido a ti mismo"(Versión King James) la condenación de ese hombre es su propia obra; debo de predicar eso al igual que la frase siguiente: "En Mí se encuentra tu ayuda" (Versión King James). Cada uno de nosotros, a quienes se nos ha confiado el ministerio, debe de buscar predicar toda la verdad. Sé que puede resultar imposible tratar de decir toda la verdad. La alta colina de la verdad tiene brumas que envuelven su cima. Ningún ojo humano puede ver la cumbre; tampoco ningún pie humano la ha pisado alguna vez. Sin embargo podemos intentar pintar la bruma ya que no podemos pintar la cima. Intentemos describir el misterio ya que no podemos explicarlo. No encubramos nada; si hay nubes en la cima de la montaña de la verdad, digamos: "Nube y oscuridad hay alrededor de ella." No lo neguemos; y no pensemos en reducir la montaña de acuerdo a nuestro propio estándar, simplemente porque no podemos ver la cima o porque no podemos alcanzar la cumbre. El que quiera predicar el evangelio debe de predicar todo el evangelio. Quien quiera ser considerado un ministro fiel, no debe hacer a un lado ningún aspecto del evangelio.



2. Nuevamente, si me preguntan: ¿qué es predicar el evangelio? Contesto que predicar el evangelio es exaltar a Jesucristo. Tal vez ésta sea la mejor respuesta que puedo ofrecer. Me entristece comprobar a menudo qué poco se entiende el evangelio aún entre algunos de los mejores cristianos. Hace algún tiempo una joven mujer se encontraba en medio de una gran tribulación en su alma; ella se acercó a un hombre cristiano muy piadoso, quien le dijo: "Mi querida amiga, debes irte a casa a orar." Yo pensé en mis adentros, eso no es nada bíblico. La Biblia no dice: "vete a casa y ora". La pobre joven se fue a casa y oró y continuó sufriendo su tribulación. Él le dijo: "Debes tener paciencia, debes leer las Escrituras y estudiarlas." Eso tampoco es bíblico; eso no es exaltar a Cristo. Encuentro que muchos predicadores están predicando esa clase de doctrina. Le dicen a un pobre pecador convencido: "Tienes que ir a casa y orar, y leer las Escrituras; debes asistir al culto;" etcétera. Obras, obras, obras-en vez de: "Por gracia sois salvos por medio de la fe", yo le diría: "Cristo debe salvarte-cree en el nombre del Señor Jesucristo." Yo no le diría a nadie, en esas circunstancias, que ore o que lea las Escrituras o que asista al templo; le presentaría la fe, la fe simple en el evangelio de Dios. No que menosprecie la oración-eso debe de venir después de la fe. No que diga ni una palabra en contra de buscar en las Escrituras-esa es una señal infalible de ser hijo de Dios. No que tenga objeciones en contra de ir al templo a escuchar la palabra de Dios-¡Dios no lo quiera! Me gozo viendo a la gente en el templo. Pero ninguna de esas cosas es el camino de la salvación. En ninguna parte está escrito: "El que asista al templo será salvo"; o: "El que lea la Biblia será salvo". No he leído en ninguna parte: "El que ore y sea bautizado será salvo"; pero sí: "El que cree,"-el que tiene una fe desnuda en el "Hombre Cristo Jesús",--en su Divinidad, en su humanidad, es librado del pecado. Predicar que solo la fe salva, es predicar la verdad de Dios. Tampoco reconoceré, en ningún momento, a nadie como ministro del evangelio si predica cualquier otra cosa como el plan de la salvación, excepto la fe en Jesucristo; la fe, la fe, y solamente la fe en su nombre. Pero la mayoría de las personas se encuentra enredada en sus propias ideas. Tenemos tanto concepto de trabajo almacenado en nuestro cerebro, tal idea del mérito y de las obras labrada en nuestros corazones, que nos resulta casi imposible predicar de manera clara y completa la justificación por la fe; y si lo llegamos a hacer, entonces la gente no la puede recibir. Les decimos: "Cree en el Señor Jesús y serás salvo". Pero ellos tienen la noción que la fe es algo tan maravilloso, tan misterioso, que es casi imposible que la puedan alcanzar sin tener que hacer algo más. Sin embargo, esa fe que nos une al Cordero es un don instantáneo de Dios, y aquel que cree en el Señor Jesús es salvo en el momento, sin ningún otro requerimiento. ¡Ah!, mis amigos ¿acaso no queremos exaltar mas aún a Cristo en nuestra predicación, y exaltar mas aun a Cristo en nuestras vidas? La pobre María dijo: "Han sacado al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde le han puesto", y podría decir lo mismo ahora si pudiera salir de la tumba. ¡Oh, que haya siempre un ministerio que sólo exalte a Cristo! ¡Oh, que la predicación siempre lo muestre a Él como profeta, sacerdote y rey para su pueblo! Que el Espíritu manifieste al Hijo de Dios a sus hijos a través de la predicación. Necesitamos tener una predicación que diga: "¡Mirad a mí y sed salvos, todos los confines de la tierra!" ¡Predicación del Calvario, teología del Calvario, libros sobre el Calvario, sermones sobre el Calvario! Estas son las cosas que queremos y en la proporción en que el Calvario sea exaltado y Cristo sea engrandecido, en esa medida el evangelio es predicado en nuestro medio.



3. La tercera respuesta a la pregunta planteada es: predicar el evangelio es dar a los diferentes tipos de personas lo que requieren. "Sólo debes predicar al pueblo de Dios, cuando estés en ese púlpito", le dijo una vez un diácono a un ministro. El ministro respondió: "¿Has marcado a todo el pueblo de Dios en la espalda, para que pueda reconocerlo"? ¿De qué sirve esta gran capilla si sólo voy a predicar al querido pueblo de Dios? Son demasiado pocos. El querido pueblo de Dios puede caber en un pequeño salón. Tenemos aquí mucha gente que no pertenece al querido pueblo de Dios y ¿cómo puedo saber si la predicación que me piden que dirija al pueblo de Dios no puede también alcanzar a alguien más? Alguien puede decir por otro lado: "Por favor, predica a los pecadores. Si no predicas a los pecadores esta mañana no habrás predicado el evangelio. Te escucharemos sólo una vez; y tendremos la certeza que no caminas correctamente si no predicas particularmente a los pecadores en esta mañana, en este sermón en particular". ¡Qué tontería, mis amigos! Hay momentos en que debe de alimentarse a los hijos, y hay otras ocasiones en que debe de advertirse a los pecadores. Hay propósitos diferentes para ocasiones diferentes. Si un ministro predica a los santos de Dios, y no dice nada a los pecadores, está actuando correctamente, siempre y cuando en otras oportunidades en que no esté consolando a los santos, dirija su atención de manera especial a los impíos. Escuché un buen comentario de un amigo mío muy inteligente el otro día. Una persona estaba criticando las fallas de "Lecturas para la Mañana y para la Noche" del Dr. Hawker, ya que no tenían por objetivo la conversión de los pecadores. Mi amigo le dijo al caballero: "¿Has leído la Historia de Grecia escrita por Grote?" "Sí". Pues bien, ¿no es cierto que ese es un libro chocante puesto que no tiene por objetivo la conversión de los pecadores? "Sí, respondió el otro, pero la Historia de Grecia escrita por Grote no fue escrita para convertir a los pecadores." "No", respondió mi amigo, "y si tu hubieras leído el prefacio de Lecturas para la Mañana y para la Noche del Dr. Hawker hubieras visto que ese libro no fue escrito para convertir a los pecadores, sino para alimento del pueblo de Dios, y si cumple con ese objetivo entonces el escritor ha sido sabio, aunque no haya tenido otro objetivo. Cada grupo de personas debe de recibir lo suyo. El que predica únicamente a los santos y sólo a ellos, no predica el evangelio completo; el que predica únicamente a los pecadores y sólo a ellos y nunca a los santos, no predica el evangelio completo. Nosotros tenemos aquí una mezcla de todo. Tenemos al santo que está lleno de seguridad y es fuerte; tenemos al santo que es débil y de poca fe; tenemos al recién convertido; tenemos al hombre que duda entre dos opiniones; tenemos al hombre moral; tenemos al pecador; tenemos al réprobo; tenemos al marginado. Cada uno de esos grupos debe de recibir su palabra. Cada uno de ellos debe de recibir su porción de alimento a su tiempo; no en todo tiempo, sino a su debido